Registrado con la patente número 3.216.423, en 1965 se concibió un estrambótico artilugio para parir sin dolor: una suerte de centrifugadora como las de las lavadoras. Los autores de semejante técnica fueron George y Charlotte Blonsky.
Funciona así: la parturienta se tumba sobre el artilugio con la cabeza a la altura del eje de rotación y el cuerpo bien abrochado con correas en los muslos y el pecho. Pudiera parecer una broma del día de los inocentes, pero así querían hacer llegar a los hijos estos dos inventores.
El texto de la patente reza así:
Es sabido que, a causa de las condiciones anatómicas naturales, el feto necesita una fuerza considerable para apartar las paredes vaginales que lo envuelven, superar la fricción de las superficies uterinas y vaginales y contrarrestar la presión atmosférica que se opone a la salida. A la mujer que ha desarrollado una buena musculatura y ha hecho bastante ejercicio físico a lo largo del embarazo, como sucede en todos los pueblos primitivos, la Naturaleza le ha otorgado el equipamiento y la potencia necesarios para un parto normal y rápido. Sin embargo, no es el caso de las mujeres más civilizadas, que a menudo no han tenido ocasión de desarrollar la musculatura requerida para parir.
En su libro Crónica de ciencia improbable, el bloguero Pierre Barthélémy cuenta así el proceso de centrifugado de la máquina:
Todo está calculado, también, para evitar que el bebé sufra un desgraciado accidente. Delante de la vagina de la futuro madre se ha colocado una red elástica (aunque no demasiado), con un cómodo receptáculo de algodón en el fondo, para recibir suavemente al retoño y evitar que acabe su cortísima existencia espachurrándose contra las paredes de protección. Conviene precisar que, según las cifras facilitadas en la patente, la mesa puede, a su máxima potencia, efectuar más de ochenta vueltas por minuto. Bastante para expulsar sin dificultad a un bebé, su placenta, y, por añadidura, algunos órganos maternos.
Por supuesto, la máquina nunca llegó a comercializarse
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