Los volcanes son fenómenos geológicos fascinantes, capaces de vomitar las entrañas de la Tierra, producir diamantes e, incluso, en su estado latente, dar fruto a un parque nacional que parece de otro planeta, el de Yellowstone.
Para medir la fiereza de la erupción de un volcán se usa el Índice de explosividad volcánica (IEV), una escala que oscila del 0 al 8, y que se basa en el volumen de material expulsado, la altura de la nube eruptiva y otras variables. En los últimos 10.000 años no se ha producido ninguna erupción con un IEV de valor 8. Pero si los fijamos en las de IEV 7, entonces la ganadora es la erupción del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, en el año 1815.
Para que nos hagamos una idea de la fuerza de esta erupción, que cubrió la Tierra de ceniza durante un año, podemos comprarlo con la famosa erupción del Vesubio, en Italia, que en el 79 d. C sepultó la ciudad de Pompeya. Pues bien, si el Vesubio liberó 3 kilómetros cuadrados de piroclasto (roca, magma y polvo), el Tambora liberó de 150 a 180 kilómetros cuadrados. 66.000 veces el volumen de material usado en la Gran Pirámide de Guiza.
Un megatón equivale a la energía liberada por 1 millón de toneladas de TNT. Con un megatón se puede alimentar de energía un hogar occidental medio durante aproximadamente 120.000 años. La explosión de Hiroshima, por ejemplo, liberó 0,015 megatones. El Evento Tunguska, de 1908, de 10 a 15 megatones. La Bomba del Zar, la explosión nuclear de prueba más potente de la historia, liberó 57 megatones. El Tambora, sin embargo, llegó a los 800 megatones.
Romanticismo on fire
El oscurecimiento de los cielos de medio mundo inspiró terror en muchas personas, pero también estableció algunas líneas maestras del Romanticismo. Por ejemplo, Lord Byron escribiría el poema Darkness. Mary Shelley, Frankenstein. Polidori, El vampiro. Y el pintor William Turner plasmó aquellos cielos crepusculares en algunos de sus lienzos.
El Tambora también propició otros fenómenos meteorológicos nada desdeñables, como explica John Withintong en su libro Historia mundial de los desastres:
En Hungría y en Maryland cayeron precipitaciones de nieve de color marrón, y nieve roja en Italia […] También se atribuye a la erupción de Tambora el espantoso tiempo que causó en parte la derrota de Napoleón en Waterloo.
No fue para tanto
Pocas décadas después, el 27 de agosto de 1883, la erupción de otro volcán, el Krakatoa, originó efectos secundarios similares. No en vano, su fuerza fue equivalente a 7.000 bombas atómicas (200 megatones) generó tsunamis que segaron la vida de 36.000 personas. La luz del sol refractada en las cenizas que envolvieron la Tierra inspiró a Edward Munch para pintar El grito.
Todo esto, no obstante, quedó en agua de borrajas si lo comparamos con otra erupción volcánica que también se produjo en Sumatra, en lo que hoy se conoce como el lago Toba, hace 74.000 años.
Fue una de las erupciones más violentas de la historia, unas 28 veces más poderosa que la del monte Tambora, y que estuvo a punto de exterminar a la especie humana. Del millón de humanos que había entonces, la población se redujo drásticamente a unos diez mil. El invierno nuclear que produjo las cenizas duró seis años.
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