La división del trabajo y la especialización son síntomas de civilización. Sin embargo, debido a esta especialización, muchas personas se enfrentan a un reto intelectual como si llevara anteojeras. Ocurre en todos los ámbitos, desde la economía hasta la física. Sencillamente, el árbol no permite ver el bosque. Se afirma que una cosa es consecuencia de la otra, obviando la enmarañada red causal.
Muchos licenciados universitarios incurren en el de enfocar los problemas de este modo. Se encierran en jerga técnica y conocimientos especializados y acaban creyendo que saben mucho más de lo que en realidad saben. Como sabios idiotas. No es extraño que la universidad, y la enseñanza reglada en general, produzca esta clase de monstruos: a fin de cuentas, se prima la memorización de datos, la especialización, la falta de autocrítica, la jerarquía inflexible entre educador y educando, etc.
Tales engranajes sociales son necesarios para la civilización. Sin embargo, el mundo también necesita de otra clase de pensadores que las universidades no suelen producir (y en la mayoría de casos interviene exclusivamente el azar).
Conscientes de ello, Peter H. Diamandis y Ray Kurzweil fundaron la Singularity University (SU), un lugar donde la gente empistémicamente hambrienta pueda recibir las ideas más brillantes en todos los ámbitos.
En la SU se escogieron ocho campos curriculares que en breve revolucionarán el mundo (o cambiará las vidas de miles de millones de personas): biotecnología y bioinformática, sistemas computacionales, redes y sensores, inteligencia artificial, robótica, manufactura digital, medicina y nanomateriales y nanotecnología.
En todos estos campos se están produciendo adelantos tan gigantescos y rápidos que casi nadie es consciente de ellos en su globalidad. La mayoría de las personas, incluso los intelectuales más reconocidos, viven sus vidas ciegos y sordos a toda esa maraña de cambios actuales y venideros. SU pretende minimizar este problema.
La conferencia fundacional de SU tuvo lugar en el Centro de Investigación Ames de la NASA en septiembre de 2008. Allí se congregaron representantes de la NASA, académicos de Stanford y Berkeley, líderes empresariales de Google, Autodesk, Microsoft, Cisco e Intel.
Porque, como el propio Larry Page, cofundador de Google, señaló en el discurso inicial: “Actualmente utilizo un sistema de medida muy simple: ¿estás trabajando en algo que puede cambiar el mundo? ¿Sí o no? La respuesta para el 99,99999 por ciento de la gente es “no”. Creo que necesitamos formar a la gente en cómo cambiar el mundo.”
Y eso es lo que pretende desde hace pocos años la SU, en palabras de uno de sus fundadores, Peter H. Diamandis: “Cada año se impulsa a los graduados para que desarrollen una empresa, producto u organización que afecte positivamente las vidas de mil millones de personas en diez años.”
Eso no significa que deban cerrar las facultades de humanidades. Pero el mundo también necesita más SU.
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