Os voy a confesar un pequeño secreto: siento devoción por las enciclopedias. Me gusta pasar sus páginas y quedarme horas contemplando sus fotografías, dibujos y definiciones. Me gusta aprender palabras raras o descubrir nombres sobre cosas que creía que solo existían en novelas de fantasía.
También siento especial admiración, por supuesto, por la que creo que fue la enciclopedia que cambió el mundo: Enciclopedia de Diderot y D´Alembert (1751-1765): por primera vez en la historia, prevaleció la razón y la objetividad por encima de la Iglesia y la Corona; el pensamiento libre y secular, por encima de la narración de santos. Una monumental obra enciclopédica que acabó teniendo 27 volúmenes compuestos por 72.000 artículos, 16.500 páginas y 17 millones de palabras, y en la que participaron en mayor o menor medida las mentes más preclaras del momento, como Voltaire o Rousseau.
Bucear en enciclopedias también te permite descubrir perlas como las que siguen, las que posiblemente seas las enciclopedias más raras de la historia.
Por ejemplo, las primeras enciclopedias tenían una obsesión desmedida por clasificar las cosas que nos rodeaban. El máximo exponente de esta obsesión por clasificar el mundo es Historia natural de Plinio el Viejo, que se mantuvo como fuente de autoridad del conocimiento universal hasta bien entrado el siglo XVI.
Aunque, si hablamos de exhaustividad, nadie gana a los chinos. En 1726 sacaron a la luz la mayor enciclopedia de todos los tiempos. Se llamaba Gujin tushu jicheng. Tenía 745 gruesos volúmenes, aunque en verdad era una antología de otras obras. Otras obras enciclopédicas chinas tienen títulos realmente sugerentes: La primera tortuga de la oficina de registro, Ilustraciones reunidas de los tres reinos o Capullos y flores del jardín de la literatura.
Acumular hechos y supuestos de forma masiva ya no se consideraba una empresa productiva. Era necesario organizar los conocimientos de la forma más eficaz y constructiva posible. En la Inglaterra que empezaba el año 1600, Francis Bacon encontró una forma para solucionar esto, muy revolucionaria para la época. Según él, el verdadero conocimiento debía partir acerca de la investigación de los propios sentidos.
De esta manera, Bacon proyectó una obra utópica que nunca concluyó: trazó un árbol con todas las ramas del conocimiento, que surgía de las facultades y las percepciones humanas. Sus subdivisiones tenían que incluir Química, Vista y Artes Visuales, Oído y Música, Olfato y Olores, Gusto y Sabores, Tacto y los Objetos Palpables (incluidos el Amor Físico, el Placer y el Dolor), y así sucesivamente.
En cuanto a tamaño y dedicación, nadie podía superar a los alemanes. La mayor enciclopedia proyectada en Occidente fue la Oekonomisch-tech-nologische, iniciada por Johann Georg Krünitz, que tenía 242 volúmenes.
Otra no tan colosal pero igualmente importante fue el Universal Lexicon de Zedler, de 64 volúmenes. Pronto tuvo la oposición de casi todos los dedicados al comercio de libros de la ciudad, que temían que la obra pudiera llegar a ser tan exhaustiva que ya nadie necesitara otros libros.
El fabricante de globos terráqueos Ephraim Chambers publicó él solo Cyclopaedia: An Universal Dictionary of Arts and Sciences, en 1728, y que le valió a su autor el ingreso en la prestigiosa Royal Society. El orden alfabético de las entradas se completaba con claras ilustraciones y con referencias cruzadas que facilitaban la búsqueda de los artículos relacionados. Así, la voz “acústica” remite a “oído”, “audición” y “fónico”. Y “concha” a “diluvio”, “petrificación” y “fósil”.
La primera enciclopedia de la historia, aunque sólo sea por su afán recaudatorio de conocimiento, está constituida por las tablillas cuneiformes existentes en los archivos de los reyes de Mesopotamia. Assurbanipal (668-627 a. C.), por ejemplo, poseía un buen puñado de tablillas en su biblioteca de palacio que contenía listas de objetos y nombres relacionados entre sí por temas, semejanza, raíz verbal y asonancia.
La tablilla dedicada a las diferentes especies de palmeras, por ejemplo, dice así:
Palmera, palmera silvestre, palmera joven, palmeral, palmera marchita, palmera seca, palmera muerta, palmera podrida, palmera rota, palmera devorada por parásitos, palmera atacada por parásitos, palmera cortada, palmera seccionada, palmera podada, palmera tumbada, palmera rota, palmera hendida, palmera azotada por el viento, palmera rajada, tronco de una palmera muerta…
¿No os suena un poco a Borges?
Si nos centramos en España, entonces las primeras enciclopedias son Manual enciclopédico o repertorio universal de noticias interesantes, curiosas e instructivas… (Madrid, 1842); la Enciclopedia Moderna. Diccionario universal de literatura, ciencia, arte, agricultura, industria y comercio (Madrid: 1851-1855, 37 volúmenes) de Francisco de Paula Mellado, donde participaron como redactores importantes escritores españoles de la época; y, sobre todo, el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano de literatura, ciencias y arte (Barcelona, Montaner y Simón, 1887-1898), la que podría considerarse la primera enciclopedia moderna.
Vía | ‘Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales’ de Phillipp Blom