A no ser que duermas de día, seas pálido y no te reflejes en los espejos, para el común de los mortales la sangre tiene un desagradable sabor metálico, aunque a todos nos guste flirtear un poquito con la idea de que bebemos sangre (los chupitos de sangre de serpiente que sirven a los turistas en Bangkok, la bebida inspirada en la serie True Blood, etc.).
Sin embargo, la razón de que la sangre sepa un poco a hierro no se pudo explicar hasta mediados del siglo XVIII. El primero en hacerlo, se cree, fue Vicenzo Menghini, un médico de Bolonia, hacia 1745.
Para conseguirlo llevó a cabo el siguiente experimento: coció la sangre de diversos mamíferos, aves y peces, y también sangre humana. En el residuo seco resultante introdujo un cuchillo magnético, descubriendo que en la hoja se adherían partículas de hierro.
Es lo que muchos ya habían supuesto, en parte por el sabor, en efecto, pero si tanta gente sospechaba que había hierro en la sangre fue por un motivo mucho más poético, tal y como explica Hugh Aldersey-Williams en La tabla periódica:
Sólo puede ser debido a que la asociación del hierro y Marte, de la sangre y la guerra, que se originó en las mitologías griega y romana, estaba muy fuertemente arraigada en la ortodoxia alquímica de la época, llegando incluso al extremo de que a los que padecían trastornos de la sangre se les recomendaba a menudo que tomaran sales de hierro.
Más tarde, el propio Menghini llevó a cabo preparados ricos en hierro que suministraba a animales y seres humanos, para posteriormente observar el enriquecimiento en glóbulos rojos sanguíneos, con lo que se demostraba que el color estaba relacionado con el hierro.
Su investigación hizo una contribución vital para explicar (y curar) la clorosis, una enfermedad caracterizada por una palidez verdosa de la piel, que sólo entonces adquirió su nombre actual de anemia, de an- y hem-, que significa sin sangre.
Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com
VER 9 Comentarios