Pensad en un refresco de cola a temperatura ambiente, en vez de recién salido de la nevera. Probablemente, os dará la sensación de que sabe más dulce de lo habitual, o directamente empalagoso. Y será un sensación muy certera: ése es precisamente el sabor que tiene el refresco.
Porque nuestra lengua es mucho más torpe registrando sabores en condiciones de baja temperatura.
El frío y el sabor
Lo que sucede es que a temperaturas muy frías las papilas gustativas no funcionan muy bien y no podemos saborear tanto lo dulce, pero no sucede lo mismo con el olfato, que continúa igual. Por esa razón, las empresas alimentarias añaden aroma de vainilla a los helados a fin de resaltar el dulzor.
Y en el caso de algunos refrescos sucede lo mismo, tal y como explica Charles Spence en su libro Gastrofísica:
Puesto que la bebida se suele servir fría, el fabricante ha añadido un edulcorante para que se perciba por la nariz.
El olor, con independencia de la temperatura, también es muy importante. De hecho, en tu plato casi siempre es más importante el olor frente al sabor. Porque como Malika Auvray y Charles Spence en un artículo de 2007: si sentimos que algo tiene un olor fuerte mientras lo comemos, el cerebro tiende a interpretarlo como un sabor, en vez de como un olor, aunque cuando sea la nariz la que transmite esas señales.
Imagen | Onio-n
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