Robert Boyle, conocido por ser el padre de la química moderna, ayudó a establecer muchas de las normas sobre las que se apuntalaba el método científico, especialmente cómo debían llevarse a cabo los experimentos. Y lo hizo junto a un grupo de colegas: Christopher Wren y Robert Hooke.
El lema del grupo que formaron, llamado Colegio Invisible, era Nullius in verba, es decir "no confíes en la palabra de nadie". Cuando alguno de sus componentes anunciaba el resultado de un experimento, los otros no sólo querían saber cuál había sido el resultado, sino cómo se había efectuado el experimento, de modo que sus afirmaciones pudieran ser puestas a prueba en otra parte. Los filósofos de la ciencia llamaron a esta condición “falsabilidad”. Las afirmaciones que carecían de falsabilidad eran vistas con gran escepticismo.
¿Qué era el Colegio Invisible?
Esta mezcla de trabajo colaborativo y competitivo, de claridad expositiva, de crítica que funcionaba como autocrítica, fue la responsable de que, en pocos años, se llevaran a cabo asombrosos progresos en química, biología, astronomía y óptica. Pero broche final que impulsaba con ahínco este desarrollo intelectual sin precedentes se lo debemos a que las paredes del Colegio Inivisible eran, en efecto, invisibles.
Por eso, la ciencia moderna la pasó la mano por la cara a la alquimia, relegándola a un simple engañabobos. Pero ¿qué tenía el Colegio Invisible que la faltara a los alquimistas?
El Colegio Invisible acabó siendo tan importante para el desarrollo de la ciencia británica que sus componentes formaron el núcleo de la Royal Society, una organización mucho menos invisible constituida en 1662 y que todavía sigue en activo hoy en día. Podéis conocer el nacimiento de Colegio Invisible, que tuvo mucho que ver con a llegada de una extraña bebida de oriente, el café, que por primera vez permitía a los parroquianos permanecer sobrios y atentos, en el siguiente vídeo:
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