Nuestro sentido del tacto no está repartido por igual por todas las partes de nuestro cuerpo, siendo algunas partes mucho más sensibles que otras. Por ejemplo, las plantas de los pies no son particularmente sensibles, pero las manos y los labios ocupan áreas muy grandes del córtex somatosensorial.
Para medir la sensibilidad de nuestro sentido del tacto, los investigadores se limitan a pinchar al sujeto con un instrumento de doble punta, comprobando así la distancia mínima a la que pueden estar dichas puntas sin dejar de ser reconocidas como focos de presión separados.
El córtex somatosensorial está configurdo como un mapa del cuerpo cartografiado en función de las áreas de las que recibe información, así que contiene una reigión de los pies (que procesa los estímulos de los pies) una región de los brazos, etc.
Nuestro tacto, así como el resto de los sentidos, puede ser víctimas de ilusiones o malas interpretaciones. Una de los más llamativas es el llamada ilusión de Aristóteles, que explica así Dean Burnett en su libro El cerebro idiota:
Parte de nuestra capacidad para identificar cosas tocándolas se produce gracias a que el cerebro es consiente de cómo están dispuestos nuestros dedos, por lo que, si tocamos algo pequeño (una canica, por ejemplo) con los dedos índice y corazón, sentiremos un solo objeto. Pero si cruzamos esos dos dedos y cerramos los ojos, sentiremos más bien dos objetos distintos.
Esto es un efecto secundario del hecho de que no hay comunicación entre el córtex somatosensorial que procesa el tacto y el córtex motor, que mueve los dedos para señalarle a aquél la contradicción. Obviamente, los ojos deben estar cerrados para que no podamos proporcionar información que clarifique esta conclusión incorrecta.
El tato, además de no estar regularmente extendido por nuestro cuerpo, también dispone de diferentes clases de receptores, que han sido llamados por el nombre de sus descubridores:
Los corpúsculos de Pacini para la presión (descritos por Filippo Pacini, en el año 1830). Los corpúsculos de Meissner para el tacto (Georg Meissner, 1853). Los bulbos terminales de Krause para el frío (Wilhelm Krause, 1860). Las terminaciones para el calor de Ruffini (Angelo Ruffini, 1898).
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