Estamos acostumbrados a las reliquias de índole religiosa (que si una astilla de la cruz de Jesucristo, que si un santo prepucio, etc.), pero no tanto a las reliquias científicas. Pero también las hay, y pueden llegar a ser tan esperpénticas como las religiosas.
Por ejemplo, el último aliento del inventor Thomas Edison (fallecido en 1931 con 1.093 inventos patentados en su haber), que se encuentra en el Museo Henry Ford de Dearborn (Michigan).
Al parecer, Henry Ford, fundador de la compañía de coches Ford, era un amigo y admirador de Edison, así que pidió al hijo de Edison que se encargara de capturar el último aliento de su padre en un tubo de ensayo, tal y como señala el historiador Tony Perrottet en su libro 2.500 años de historia al desnudo:
Ford creía que ahí estaba el alma.
Esta reliquia se descubrió tras la muerte de Ford, 16 años después:
Se encontró entre sus pertenencias un tubo de ensayo etiquetado, tapado con un corcho y sellado con parafina (junto con los zapatos de Edison).
Hay otras reliquias del estilo vinculadas directamente a la ciencia, como el dedo de Galileo, el padre de la astronomía, que se exhibe en el Museo de Historia de la Ciencia de Florencia. El dedo, además, está apuntando al cielo. Como debe ser.
Fue recuperado por un tal Anton Francesco Gori el 12 de marzo de 1737, unos 95 años tras la muerte de Galileo, y unos doscientos años después acabó en el museo.
El cerebro de Einstein continúa en el Centro Médico Universitario de Princeton. Cuando Albert Einstein murió el 16 de abril de 1955, el doctor Thomas Harvey fue encargado a ocuparse del cadáver que iba a ser incinerado. Sacó algunos órganos del científico para su estudio y descifrar las causas de la muerte, entre ellos, su cerebro.
El científico japonés Kenji Sugimoto, obsesionado con la vida de Albert Einstein, emprendió a finales de los 90 una odisea personal en busca del cerebro del que tanto había oído hablar. La odisea, filmada por el director Kevin Hull para un documental de la BBC, llevó a Sugimoto a recorrer los Estados Unidos en busca de Harvey, hasta que le localizó en su casa de Kansas.
Por otra parte, los ojos de Einstein (que conservó un oculista en un cajón durante 40 años) están custodiados en una caja de seguridad en Nueva York.
Vía | Enciclopedia de bolsillo de Ana Sánchez / 2.500 años de historia al desnudo de Tony Perrottet