Imaginemos que queremos caminar unos metros de forma totalmente recta, sin desviarnos, y que debemos hacerlo con los ojos cerrados o sumidos en una total oscuridad. ¿Lograríamos avanzar sin escorarnos hacia un lado o el otro? ¿Trazaríamos una línea recta?
Por mucho que lo probéis, os rendiréis sin conseguirlo porque el ser humano se conduce dejándose llevar por la percepción óptica. A través de los ojos, marcamos punto de referencia que nos permite mantener la línea recta.
Mientras miramos a nuestro alrededor podemos regular automáticamente nuestra dirección al caminar, sin que seamos conscientes de hacerlo así. Si no vemos nada, entonces debe de ser la musculatura y el sistema vestibular los que asuman el control.
Caminando en círculos
Se supone que, en el caso de los diestros, en la parte muscular derecha la que está más desarrollada, mientras que en los zurdos es la izquierda. Además, una pierna puede ser más fuerte y larga que la otra. Pero esto es solo una hipótesis: realmente se ignora la verdadera razón por la cual tendemos a caminar escorándonos hacia un lado u otro. Se barajan diversas hipótesis, que incluso se asocian al modo de procesar la información en dos hemisferios cerebrales.
En consecuencia, tenderemos a caminar en arco, a la derecha o la izquierda, en vez de recto. Lo cual supone un problema para las personas que se han perdido en un bosque o un desierto, es decir, carecen de puntos de referencia claros para saber si realmente están avanzando en línea recta. Por esa razón, muchas de estas personas se pierden sin remedio, dando vueltas alrededor del mismo lugar.
Los niños que se pierden en un bosque, por ejemplo, apenas logran avanzar unos kilómetros. Los niños pequeños de entre 1 y 6 años normalmente se desplazan entre 1 y 2,5 kilómetros. Tal y como aclara el experto en supervivencia Ben Sherwood en su libro El club de los supervivientes:
Los más pequeños, de entre 1 y 3 años, no tienen conciencia de haberse perdido. Si se separan de sus padres, no tienen la capacidad suficiente para encontrar el camino y comienzan a deambular sin un objetivo, aunque normalmente no llegan demasiado lejos. Por lo general, se les encuentra durmiendo. Naturalmente, los niños de entre 3 y 6 años son más móviles y entienden el concepto de perderse. Suelen cuidar mejor de sí mismos que los niños de mayor edad o, incluso, que los adultos. Se ponen a cubierto cuando hace mal tiempo y duermen en cuevas o madrigueras. Normalmente son “resistentes extraños”.
Afortunadamente, existen formas de averiguar dónde está el norte.
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