A los científicos les gusta apostar acerca de la validez de sus ideas, o de la invalidez de las ideas de otros. Por ejemplo, legendaria era la reputación con las apuestas del físico Richard Feynman (amén de su afición por los bares de topless).
Por ejemplo, Michael Peskin, del Centro de Acelerador Lineal de Stanford, en California, ganó a Sidney Drell una cena para cuatro personas, al predecir con exactitud la masa del quark top.
Stephen Hawking, en 1975, perdió una sonada apuesta con el físico Kip Thorne, un especialista en agujeros negros y máquinas del tiempo, a quien le negó que Cygnus-1, una fuente de rayos X, fuera un agujero negro. La apuesta era, nada menos, que un año de suscripción para Thorne a la revista erótica Penthouse. Si hubiera ganado Hawking, le hubiese tocado cuatro años de suscripción a la revista satírica Private Eye.
Recientemente, Hawking perdió cien dólares frente al físico Gordon Kane, con quien apostó que el bosón de Higgs nunca sería descubierto. Tal y como abunda en estos tipos de apuestas Jorge Blaschke en su libro Los pájaros se orientan con la física cuántica:
nos sorprendería saber el número de estas que son capaces de realizar los científicos, y las peculiaridades de estos envites. Las botellas de buen vino, champán o whisky son un ejemplo de ello. El whisky de malta, especialmente el Macallan de más de 22 años, es una de sus apuestas favoritas. El Dom Perignon producido por Moët & Chandon es otra. Científicos del CERN celebraron el descubrimiento del bosón de Higgs bebiendo Prosecco, un vino blanco italiano elaborado a partir de una variedad de uvas de Glera.
Imagen | nordenmagnus
Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com
VER 7 Comentarios