Debido a la crisis, lo de viajar cada vez se está volviendo una actividad más restringida. Pero si no tenéis problemas con las dimensiones pequeñas, podríais adoptar entonces el ingenioso método para viajar económicamente alrededor del mundo que usaba Reese en un episodio de la serie de televisión Malcom.
En él, Reese debe cartearse con un estudiante chino como tarea para el instituto. Sintiéndose agraviado por una de las misivas recibida por el estudiante chino, decide emprender un largo viaje en su busca para darle su merecido. Como Reese es menor de edad y no puede siquiera plantearle a su histérica madre semejante empresa, decide viajar por su cuenta usando el servicio postal de Correos. Para ello, se hace con una caja de madera y se introduce en ella con un casco de minero (con luz incluida), víveres (consistentes básicamente en golosinas), unas pesas a fin de entrenarse para disputar la pelea con el estudiante chino y una almohada forrada de Lacasitos, que sirve tanto para dormir como para alimentarse (así Reese cree que ahorrará mucho espacio vital en la caja). Su previsión es permanecer varios días encerrado en la caja, atravesando medio planeta en avión y barco, aunque finalmente nunca abandonará el garaje de su casa.
Esta estrategia para viajar económicamente puede parecer sólo de ficción, pero lo cierto es que existe más de un ejemplo de individuos que han usado el correo postal para enviarse a sí mismos.
El caso más reciente es el de Charles McKinley, que el 5 de septiembre de 2003 se introdujo en una caja certificada para visitar a su familia en Desoto (Texas). Su viaje de Nueva a York a Dallas, sin embargo, se frustró poco antes de llegar a su destino, cuando las autoridades descubrieron los ojos de McKinley mirando desde el interior de la caja a través de un orificio practicado en la misma.
Mejor suerte corrió una niña de 4 años llamada May Pierstorff. En febrero de 1914, sus padres decidieron enviarla como paquete postal desde Grangeville (Idaho) hasta la casa de su abuela, en Lewiston. 120 kilómetros de distancia que salían mucho más económicos que un billete de tren (el precio del billete de la niña costaba el salario de varios días de sus padres). El peso del paquete era de 22 kilogramos (el máximo permitido era 22,68 kilogramos), así que fue aceptado por la oficina postal y, tras el franqueo de 53 céntimos, May viajó sin problema en el compartimiento de correo del tren hasta Lewiston, donde fue entregada en mano en casa de su abuela.
Vía | La aldea irreductible