En ocasiones hemos tenido que estar sometidos a diversos tipos de cuarentenas domiciliarias a causa de una epidemia. Las consecuencias psicológicas y sociológicas de ello han sido, naturalmente, negativas, pero también positivas, vemos a continuación.
Durante la Peste, por ejemplo, el confinamiento en casa y el distanciamiento social seguramente favoreció a genios como Shakespeare o Newton para que, rodeados de tiempo, tranquilidad, silencio y otros elementos impropios de la agitada vida social, llevaran a cabo algunas de sus obras maestras.
La cuarentena de Newton
En Japón existe un fenómeno único en el mundo en el que generalmente adolescentes deciden enclaustrarse en su habitación y no salir durante semanas o meses, el Hikikomori. También en Occidente estamos habituados a casos de monjes u otros que deciden convertirse en anacoretas, aislándose durante una buena o para siempre del mundo. Pero es la primera vez en la historia reciente que muchos de nosotros nos vamos a ver obligados a permanecer mucho tiempo entre cuatro paredes (aunque ahora dispongamos de una quinta en forma de pantalla que nos permite ver mucho más allá).
Quizá podamos extraer algo de motivación de otras historias de cuarentena cuyos resultados fueron más que notables. Es el caso de Isaac Newton, que durante la cuarentena por la plaga de 1665, hizo algunas de sus mayores contribuciones a la Física.
Newton tenía poco más de 20 años cuando la Gran Plaga de Londres asoló la ciudad. Era solo otro estudiante universitario en el Trinity College de Cambridge. Y pasarían otros 200 años antes de que los científicos descubrieran la bacteria que causaba la peste. Pero incluso sin saber exactamente por qué, la gente practicaba algunas de las mismas cosas que hacemos para evitar enfermedades.
Para procurar el distanciamiento social, Cambridge envió a los estudiantes a casa para continuar sus estudios. Para Newton, eso significaba ir a Woolsthorpe Manor, la finca familiar a unos kilómetros al noroeste de Cambridge. Adquirió entonces algunos prismas y experimentó con ellos en su habitación, llegando incluso a hacer un agujero en sus persianas para que solo pudiera pasar un pequeño rayo. De ello surgieron sus teorías sobre la óptica. Fue una de las ventajas de tener tiempo para meditar y experimentar con comodidad y sin unas clases estructuradas.
En Londres, una cuarta parte de la población moriría de Peste entre 1665 y 1666. Fue uno de los últimos brotes importantes en los 400 años que la Peste Negra devastó Europa. Newton regresó a Cambridge en 1667, teorías en mano. Dos dos años después, Newton se convirtió en profesor.
Por su parte, durante una cuarentena de la plaga de 1605, William Shakespeare escribió Macbeth y El Rey Lear. "La peste fue la fuerza más poderosa que moldeó su vida y la de sus contemporáneos", escribió Jonathan Bate, uno de sus muchos biógrafos. La plaga cerró los teatros de Londres. Shakespeare sintió que escribir era la mejor forma de aprovechar su tiempo. "Esto significaba que sus días estaban libres, por primera vez desde principios de la década de 1590, para colaborar con otros dramaturgos", escribe James S. Shapiro en su libro The Year of Lear: Shakespeare in 1606.
Quizá estemos condenados a estar entre cuatro paredes (o cinco), pero nuestra mente nunca lo estará.
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