A pesar de que es una idea muy popular, que el alcohol ejerce algún efecto sobre los antibióticos es un mito, como lo son que los humanos solo usan el 10 % del cerebro o que las uñas y el pelo siguen creciendo después de muertos.
El mito nació en las clínicas de enfermedades venéreas abiertas tras la Segunda Guerra Mundial, pero el motivo era más psicológico que farmacéutico: las personas beodas tenían más probabilidades de aprovechar la oportunidad de una relación sexual causal. Al asustar al paciente, se otorgaba al fármaco una oportunidad para que funcionara antes de que el enfermo pudiera contagiar la enfermedad a otra persona.
Lo que sí puede ocurrir es que, si bebemos mucho alcohol, el fármaco funcione más lentamente (pero no dejará de hacerlo), porque el alcohol competirá con el fármaco para que el hígado lo procese.
Otro matiz que debemos señalar es que hay 5 antibióticos que sí parecen tener efectos secundarios graves si se mezclan con alcohol, pero no se recetan generalmente. El único que se receta de forma habitual es el metronidazol, que se usa para combatir infecciones dentales y ginecológicas. Las resaca, si se toma alcohol, es particularmente severa: vómitos, taquicardias y dolor de cabeza. Lo que ocurre es que el fármaco impide que el cuerpo descomponga el alcohol correctamente, lo que conduce a una acumulación en sangre de acetaldehído.