A pesar de que la moda de inculcar el estilo de vida de la anorexia ha parece incidir en algunas jóvenes y adolescentes, la anorexia no solo es fruto de la imitación o el contagio social: también tiene un sustrato biológico que no puede desdeñarse, sobre todo a la hora de poner en prácticas políticas para erradicarla.
Según el neurólogo Dick Swaab, el cuadro clínico de la anorexia se puede explicar a través de una patología hipotalámica que es más frecuente en el sexo femenino, y por eso también es una patología más generalizada entre las mujeres (amén de que los medios de comunicación refuerzan esta tendencia).
Tal y como escribe Swaab en su libro Somos nuestro cerebro:
Todos los síntomas apuntan a que se trata de una enfermedad del hipotálamo […] Una serie de síntomas permanecen incluso después de que se recupere el peso perdido, como los trastornos de la glándula tiroides y la función de la glándula suprarrenal. […] Un último argumento a favor de la localización del proceso patológico en el hipotálamo es que todos los síntomas de la anorexia nerviosa pueden desencadenarse cuando hay un quiste, un tumor o cualquier otro defecto en el hipotálamo.
Aún se sabe muy poco acerca de la naturaleza de este proceso, pero se barajan diversas hipótesis. Por ejemplo, el factor desencadenante podría tener lugar en el desarrollo del cerebro en el útero materno, predisponiendo al cerebro a liberar sustancias opioides durante la escasez de alimento o ayuno, activándose así el centro de recompensa bajo el cuerpo estriado. Es decir, que dejar de comer proporcionaría placer. Por eso se conocen casos descritos desde la Edad Media, cuando no existía la presión social o mediática a la delgadez.
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