Lo confieso. Frecuentes cuadros de otitis fueron los responsables de que a menudo no pudiera acudir a clase: tantas faltas provocaron un preocupante retroceso en mi trayectoria académica hasta los 14 años. Uno estudio sobre las infecciones del oído medio en niños pequeños abunda un poco más en la relación entre este padecimiento y las dificultades para desarrollar el lenguaje correctamente.
El oído es fundamental para un niño a la hora de aprender a leer. A edades tan tempranas, un niño aprende entre 2 y 4 palabras nuevas al día. Sin embargo, todo ese aprendizaje queda truncado cuando se sufre una infección de oído sin diagnosticar o que no recibe el tratamiento adecuado.
Por motivos obvios, estos niños tardarán más en incorporar nuevas palabras en su vocabulario, y hasta puede que no desarrollen el repertorio fonético completo y de gran calidad que todo idioma posee. Y es que la infección afecta tanto a la adquisición de vocabulario nuevo como a la conciencia fonológica, dos de los precursores fundamentales de la lectura.
Es decir, que estos niños también acabarán teniendo problemas de comprensión lectora.
Una de mis estudiantes, en un gran proyecto de investigación longitudinal, hizo que los padres rellenaran un cuestionario sobre las infecciones de oído durante los años de preescolar, y luego consiguió todos los historiales pediátricos que pudo sobre los niños. Los resultados indicaban que los niños con frecuentes infecciones de oído sin tratar tenían bastantes más probabilidades de tener problemas con la lectura a posteriori.
Así pues, el dolor de oído puede ser un síntoma de desarrollo deficitario del lenguaje oral y escrito, según Maryanne Wolf, profesora de desarrollo infantil de la Tufts University. Algo parecido a lo que ocurriría en entornos pobremente alfabetizados.
Un día, el niño oye la nueva palabra “pur”; al segundo (o al décimo), oye “pura”; en otra ocasión, oye “púrpura”. Por culpa de la infección de oído, el niño recibe una inconsistente información acústica, que conduce a tres representaciones sonoras diferentes de la palabra “púrpura”.
La capacidad que el cerebro posee para ser modelado por la experiencia se llama plasticidad neuronal. El grado de plasticidad neuronal varía según la región del cerebro y en función del estado de desarrollo. Así pues, un periodo crítico para adquisición de lenguaje es la infancia. Y lo mismo ocurre con la vista.
Imaginad que en tapamos el ojo de un bebé para tratarle una infección. Si el vendaje se mantiene durante mucho tiempo, el bebé perderá su visión… para el resto de su vida. Pero si la misma venda se aplica a un adulto, no ocurrirá nada parecido. Tal y como subraya el profesor de Neurociencia David Linden:
La razón que explica la ceguera no es que el ojo haya dejado de funcionar, esto se puede comprobar registrando la actividad eléctrica que suscita la luz en el góbulo ocular, sino más bien que la información procedente de ese ojo no se halla presente y no contribuía, por tanto, a que se mantuvieran las conexiones adecuadas en el cerebro durante aquel período crítico para el desarrollo de la vista.
Vía | Cómo aprendemos a leer de Maryanne Wolf / El cerebro accidental de David Linden