Para alguien que nunca se haya interesado por empezar una dieta, adentrarse en ese mundo puede ser intimidante: hay muchas y muy variadas, y cada una de ellas tiene defensores y detractores como si en vez de un método de alimentación estuviésemos hablando de un equipo de fútbol o de un partido político.
Para que te hagas una composición de lugar, hemos recopilado aquí las más populares, en qué consisten, por qué funcionan al principio y por qué, al final, no solo no son una buena idea sino que pueden resultar incluso un peligro para tu salud.
1. La dieta Dukan
La dieta Dukan, creada por el médico francés Pierre Dukan, se basa en el consumo masivo de proteínas y la restricción casi absoluta de los carbohidratos y las grasas. Está compuesta de cuatro fases: en la primera se elimina el consumo de carbohidratos y verduras, y se comen solamente alimentos proteícos con poca grasa, como carne de ave, huevos o pescado; en las siguientes fases se van introduciendo gradualmente algunas verduras, frutas y pocos carbohidratos hasta terminar comiendo de todo. En la última fase, que habrá que seguir de por vida, habrá que comer exclusivamente proteínas un día a la semana.
El éxito de esta dieta está en que la pérdida de peso inicial es alta, lo que resulta muy motivador, y en que no hay que contar calorías ni medir cantidades de alimentos, lo cual la hace más fácil y sencilla de seguir.
Pero sus inconvenientes a medio plazo ganan a las ventajas: para empezar, una dieta que restringe tan duramente los carbohidratos, que son necesarios para que el cuerpo funcione correctamente, es por definición una dieta desequilibrada e insana.
Al comenzar restringiendo los alimentos con fibra (frutas y verduras principalmente), puede aparecer estreñimiento. Por último, no es una solución al sobrepeso y la obesidad a medio/largo plazo, ya que a una estricta restricción inicial le sigue una ingesta de calorías sin control, lo que dificulta mantener el peso perdido.
2. La dieta disociada
Esta dieta no es en realidad una sola, sino un conjunto de dietas basadas en el mismo principio: el de separar los alimentos, principalmente proteínas e hidratos, y no consumirlos nunca juntos, bajo la premisa de que el sistema digestivo colapsa cuando tiene que procesar ambos juntos, y terminar acumulando los segundos en forma de grasa, que es lo que nos hace engordar. Además de eso, pide restringir las grasas y los azúcares.
Esta dieta no tiene ninguna base científica: no hay ninguna evidencia de que el sistema digestivo necesite segregar los nutrientes para procesarlos mejor. Es cierto que las enzimas digestivas están especializadas en unos u otros tipos de nutrientes, pero todas trabajan de forma conjunta durante la digestión.
En realidad, esta dieta funciona por otros motivos. Primero, porque restringir azúcares y grasas es una forma de reducir las calorías que ingerimos, que es lo que realmente adelgaza. Segundo, porque al separar los nutrientes hay que estar más pendiente de lo que se come, lo cuál también es una buena forma de comer de forma más organizada y generalmente más sana. Y tercero porque pasado un tiempo, la alimentación se puede hacer más tediosa y por lo tanto comemos menos.
3. La dieta Atkins
La dieta Atkins lleva este nombre por el cardiólogo estadounidense Robert C. Atkins. Consiste en restringir severamente los hidratos de carbono y aumentar las grasas para conseguir la movilización de la grasa corporal como reserva energética.
Es una de las llamadas dietas cetogénicas, que promueve la formación de cuerpos cetónicos, cadenas de grasas más cortas que son utilizadas como combustible por el cerebro y los órganos. La presencia de esos cuerpos cetónicos junto con el consumo desaforado de proteínas aumentan la sensación de saciedad, de forma que los que la siguen terminan comiendo menos, lo que favorece la pérdida de peso.
La dieta Atkins funciona a corto plazo porque al limitar los hidratos, el cuerpo tira de la grasa corporal para funcionar. Además, como hemos dicho, se come menos. El problema es que es una dieta completamente desequilibrada: en esta dieta, los hidratos proporcionan aproximadamene el 20% de las calorías diarias, cuando lo recomendable es que aporten entre el 50 y el 60%. A su vez, las grasas aportan hasta el 45% cuando lo recomendable es que no pasen del 30%.
A medio plazo, esta forma de comer puede causar daños en el cuerpo: puede alterar los niveles de colesterol y triglicéridos y empeorar daños renales a causa del alto consumo de proteínas. Por otro lado, eliminar completamente alimentos comunes como el pan, la pasta o las patatas puede resultar difícil de mantener.
4. Las dietas detox
Las dietas detox no tienen en principio el objetivo de hacernos adelgazar, aunque hay muchas personas que las promocionan para ello. Se trata de pasar un tiempo (un día o varios) consumiendo principalmente líquidos y quizá algunas frutas o verduras con el objetivo de depurar y limpiar nuestro organismo por dentro.
Son un auténtico negocio basado en la venta de zumos y batidos vegetales, pero está basado en un concepto científico erróneo: el de que nuestro cuerpo acumula toxinas presentes en los alimentos y necesita que lo limpiemos. Esto es absolutamente falso: el hígado y los riñones, cuando funcionan correctamente, se encargan de procesar y eliminar las sustancias que el cuerpo no necesita o no puede absorber, y estas no se quedan pululando libremente por nuestro cuerpo o nuestros intestinos. Si los riñones o el hígado no funcionan correctamente, lo que necesitaremos es un tratamiento médico serio, y no unos zumos.
Si alguien utiliza este tipo de dietas para adelgazar, seguro que lo consigue. Después de todo, varios días tomando solo zumos, caldos o batidos de frutas son varios días ingiriendo menos calorías de las que el cuerpo necesita para funcionar con normalidad. Pero se trata de un sistema insostenible en el tiempo sin que afecta a la salud, porque estaremos negando al cuerpo nutrientes esenciales.
5. Dietas relámpago
De nuevo no es una dieta, sino un conjunto de ellas, que se caracterizan por prometer resultados espectaculares en muy pocos días, como mucho dos semanas. En ese periodo de tiempo se produce una enorme restricción calórica, que puede alcanzar el 75 o 70% de las cantidades diarias recomendadas para un adulto.
Imponiendo semejante déficit calórico, el cuerpo acude a sus reservas de grasa para obtener la energía que necesita, y por eso la persona que la está siguiendo adelgaza.
Estas dietas suponen varios problemas. Para empezar, son imposibles de mantener a medio plazo sin que la salud empeore gravemente, ya que se puede sufrir desnutrición muy pronto. Para seguir, los días que dure esta dieta la persona que la siga sufrirá una fuerte sensación de hambre y puede experimentar mareos, desmayos o letargo entre otras.
Para terminar, el efecto rebote puede ser muy intenso tras una de estas dietas: tras haber pasado varios días de escasez, al volver a comer con normalidad el cuerpo puede acumular calorías en previsión de otra etapa de hambre, de forma que comiendo lo mismo que antes de hacer la dieta, podemos terminar engordando más.
6. La dieta de la alcachofa
Esta dieta, que existe también en otras variedades (de la fresa, por ejemplo), consiste en pasar varios días comiendo principalmente alcachofas cocinadas de distintas formas. En otra versión de la dieta, llamada de la alcachofa arko, las supuestas propiedades adelgazantes de la alcachofa no se consiguen comiendo el vegetal como tal, sino que se toman en cápsulas que se compran en la farmacias o herbolarios (y a un precio nada desdeñable).
El supuesto efecto de las alcachofas para ayudarnos a adelgazar se basa en la cinarina, un compuesto que en teoría ayuda a movilizar las grasas del cuerpo y así eliminarlas más fácilmente. Pero no se trata de un compuesto milagroso quemagrasas como mucha gente publicita.
La dieta de la alcachofa funciona por lo mismo que funcionan las dietas relámpago antes mencionadas: es un alimento poco calórico ingerido casi como única comida durante varios días. Es lógico por tanto que nos haga bajar de peso.
El problema es también el mismo que el de las otras dietas: que es imposible (y absolutamente desaconsejable) mantener esa alimentación durante un tiempo prolongado, así que una vez que dejemos la dieta, es muy difícil no recuperar el peso perdido, e incluso más.
7. La dieta del grupo sanguíneo
Esta dieta destaca por su originalidad, ya que no se basa solamente en los grupos nutricionales de los alimentos sino también en características propias de cada persona. Concretamente, postula que cada persona debe seguir una dieta diferente según su grupo sanguíneo, ya que eso optimizará la digestión de los alimentos, mejorando su salud y ayudándoles a evitar la acumulación de grasas.
Se basa en una supuesta evolución humana en el tiempo. Así, las personas con sangre del grupo 0 pertenecerían al grupo primigenio y son los cazadores/ luchadores, así que deben comer los alimentos que se obtuviesen y preparasen en aquel momento (carnes y pescados) y evitar el resto. Los del grupo A serían agricultores y recolectores (verduras, frutas, frutos secos y cereales), los del B serían ganaderos y granjeros (lácteos, aves y carnes) y los del AB serían una mezcla de los dos anteriores (y por tanto podrían seguir una dieta mixta).
No hay a día de hoy ninguna evidencia de que esta teoría tenga alguna base real, ni en cuanto a sus supuestos beneficios para la salud ni en cuanto a su eficacia para adelgazar. Restringir un grupo de alimentos nunca es positivo, pero en caso de recomendar un patrón de alimentación, en general sería el correspondiente al grupo A el más saludable: aumentar el consumo de frutas, verduras, frutos secos, semillas y cereales, limitando el consumo de carnes rojas.
El problema común a todas estas dietas
Hacer una de estas dieta para perder peso es en general una decisión poco aconsejable: cambiar de forma brusca nuestra forma de comer para seguir unos patrones estrictos puede dar resultado a corto plazo pero es difícil de mantener, y una vez que nos salgamos de esos patrones estrictos, el peso perdido se recuperará fácilmente.
Pero el principal problema es que no nos enseñan a comer mejor. La mayoría de nosotros no llevamos una alimentación tan sana y equilibrada como deberíamos por falta de tiempo, de interés o de ganas, pero esa es la clave para mantener un peso saludable. Hacer dieta no nos educa para que mejoremos nuestra alimentación, sino que nos marca un camino estrecho del que no debemos salirnos. Si en algún momento nos salimos, volveremos a nuestras antiguas costumbres y no habremos aprendido nada.
Una alimentación sana y hacer ejercicio físico son los dos pilares básicos de una vida saludable. Además, pueden ayudarnos a perder peso si estamos por encima de nuestro peso recomendable. Siempre será de forma más lenta que si decidimos someternos a una dieta estricta, pero normalmente también de forma más estable y sostenida en el tiempo.
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