A pesar de que parece una descubrimiento relativamente reciente, ya hace siglos que se sugiere que el consumo de alcohol durante el embarazo puede resultar perjudicial para el desarrollo del feto. En 1751, el escritor inglés Henry Fielding, durante la epidemia de la Ginebra en Inglaterra, ya escribía: “¿Qué va a ser de un niño que ha sido concebido en ginebra?”
En el 200 a.C. en la Cartago de los fenicios, de hecho, ya se promulgó una ley que prohibía la ingesta de alcohol el día de la boda por el temor de los efectos de éste sobre el niño.
Pero no fue hasta 1968 que la ciencia se posicionó al respecto, gracias a investigadores franceses que publicaron que, en efecto, el consumo de alcohol podía original malformaciones en el niño. Con todo, la publicación pasó casi desapercibida, hasta 1973, cuando se reflotó a raíz de la publicación de Kenneth Lyons Jones y David W. Smith, de la Escuela Médica de la Universidad de Washington, en Seattle, bautizando este problema con el nombre de “síndrome alcohólico fetal”.
A pesar de todas las advertencias desde entonces, un gran porcentaje de madres continúa consumiendo alcohol durante el embarazo, tal y como evidencia el neurólogo holandés Dick Swaan en su libro Somos nuestro cerebro:
Aún ho en día, un 25 % de las mujeres embarazadas sigue tomando alguna bebida alcohólica de vez en cuando. El consumo de alcohol por parte de la gestante puede provocar un cerebro más pequeño y un grave retardo mental en el feto. Pero hay además otras anomalías cerebrales más leves que se manifiestan como trastornos del aprendizaje o de la conducta. Esta escala de posibles desórdenes en el desarrollo cerebral derivadas de un consumo de alcohol elevado por parte de la madre gestante se conoce como el “síndrome alcohólica fetal (…) El alcohol activa también el eje del estrés en el cerebro del niño, aumentando así las probabilidades de que padezca depresión y ansiedad.
Imagen | kimerydavis
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