No hace mucho, el ministro de Finanzas ruso, Alexei Kudrin, soltaba lo que parecía una boutade: "aquellos que beben y fuman están haciendo más por ayudar al Estado".
Tal vez tuviera razón. O, tal vez, habida cuenta de los problemas médicos asociados al abuso del tabaco y el alcohol, los consumidores de estas drogas deberían pagar más impuestos.
Fumar y beber
Según Sherry McKee, profesor asociado de Osiquiatría en la Escuela de Medicina de Yale y autor de un estudio publicado en revista Alcoholism: Clinical & Experimental Research, los fumadores beben con más frecuencia y en mayor medida que los no fumadores y son mucho más propensos que los no fumadores a cumplir con los criterios para abusar del alcohol o tener dependencia.
Por esa razón, los impuestos de cigarrillos han sido reconocidos como uno de los instrumentos de política más importantes para reducir el tabaquismo, como sugieren los datos recogidos a través de entrevistas personales a 21.473 consumidores de alcohol como parte de la Encuesta Epidemiológica Nacional sobre Alcohol y Condiciones Relacionadas, realizada por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Alcohol y Alcoholismo norteamericano.
Actualmente, el tabaco y las bebidas alcohólicas son gravadas mediante impuestos especiales. Las bebidas alcohólicas pagan un impuesto distinto según el tipo de bebida que sean y la graduación de la bebida. El caso del tabaco es diferente que el resto de impuestos especiales, porque en los impuestos sobre hidrocarburos y alcoholes se paga el impuesto independientemente del precio puesto a la venta, pero en los cigarrillos se pagan dos impuestos, uno por unidad y otro proporcional al precio.
¿Pagar por nuestros vicios?
El estado español ingresa al año por la venta de tabaco 12.636,3 millones de euros mientras que el gasto sanitario por los tratamientos del tabaquismo cuesta “sólo” 10.143,9 millones de euros, es decir, un beneficio para el estado al año de 2.492,4 millones de euros, o dicho de otra manera, 301,58 por cada fumador al año.
Parece, pues, que es rentable que los fumadores fumen, sin embargo es más difícil de lo que parece establecer los costes y beneficios de este hábito: no se tienen en cuenta, por ejemplo, los efectos en los fumadores pasivos. Los fumadores también tienen una mayor tasa de absentismo laboral, debido a sus problemas de salud.
Sin embargo, hilar muy fino en costes y beneficios económicos en lo tocante a nuestro estilo de vida resulta un tema espinoso que requiere cierto debate. Por ejemplo, si gravamos a los que fuman y beben, ¿por qué no a los que consumen grasas saturadas?
Hace algún tiempo que leí el siguiente titular en un periódico: “Cada joven herido por un accidente de tráfico cuesta 2 millones de euros”.
Que también prohíban las emisiones de los partidos de fútbol que sean potencialmente conflictivos, tipo Barça-Madrid. Y que clausuren los estadios de fútbol para dichos encuentros deportivos, habida cuenta del Pandemonium que se forma en muchas ocasiones.
Finalmente, deberemos asumir que vivir cuesta dinero, y que lo que sale más barato es vivir sin ningún riesgo. Así no nos sentiremos culpables de vaciar las arcas del erario público. Por nuestra mala cabeza. Porque somos todos unos soplagaitas sin remedio. Porque no hacemos caso a sus sabios consejos. Porque vivimos demasiado y salimos demasiado de casa, porque hacemos demasiadas cosas, porque fumamos y bebemos, porque comemos lo que nos apetece y no lo que nos recomienda la OMS para dejar un bonito cadáver, porque sólo debemos trabajar y pagar impuestos, sin rechistar, sin drogarnos ni entregarnos a éxtasis dionisíacos, todo aséptico, insípido, incoloro e inodoro.
O, tal vez, todo eso solo sean excusas para no aceptar que hay personas que son más responsables que otras, y las más responsables no deben cargar económicamente de las irresponsables.
Sea como fuere, el debate está servido.
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