A rebufo del post del otro día, en el que profundizábamos el origen de la primera semilla, debo explicaros que hay una leyenda urbana que dice que si te tragas la semilla de una sandía, te germinará en el estómago.
La leyenda no tiene sustento científico: hasta que germina, una semilla recibe su energía de la respiración aeróbica, y en el tracto gastrointestinal no hay oxígeno suficiente para que se produzca la germinación. De hecho, la naturaleza ha diseñado las semillas de la sandía para que pasen intactas por el tracto gastrointestinal de los animales, porque es una de sus formas de prodigarse por el mundo, a través de las heces.
Sin embargo, esta leyenda sigue manteniéndose vigente porque casi todos nosotros nos hemos tragado sin querer una semilla de sandía, dado que son pequeñas y resbaladizas.
Pero cuidado… la idea empieza a ser posible (aunque sigue siendo improbable) si la semilla no se mete en tu cuerpo por la boca, sino por otro sitio. (Dejad de imaginar un hombre con un árbol frondoso saliéndose del pandero). Si aspiráis una semilla por la tráquea, entonces es posible que germine, porque, a diferencia del tracto intestinal, los bronquios y los pulmones son ricos en oxígeno y están libres de ácidos gástricos.
Explica algunos casos de germinación en el interior de cuerpos humanos Ken Jennings en su libro Manual para padres quisquillosos:
Mi caso favorito, en este sentido, es el que leí en 2009 en una noticia sobre Artyom Sidorki, de la ciudad rusa de Izhevsk, en los Urales. El señor Sidorki expectoraba sangre y los médicos solicitaron una biopsia, seguros de que padecía cáncer de pulmón. Pero en lugar de un tumor, lo que encontraron fue un abeto de cinco centímetros alijado en su pulmón izquierdo, que sin duda había llegado hasta allí por inhalación de una semilla. (…) También he tenido acceso a un informe de 1890 aparecido en el Maryland Medical Journal sobre un niño pequeño que, sin querer, aspiró una semilla de sandía que se alojó en sus bronquios. No llegó a crecer un fruto entero, pero los médicos manifestaron que “la semilla había realizado un intento abortado de crecer”.
Cada semilla contiene la nueva planta en forma de embrión, así como un depósito de alimento hasta que le crezcan las hojas.
El tamaño de la semilla también influye, naturalmente, en la probabilidad de que la aspiremos. Por ejemplo, la semilla más grande de la naturaleza son las del coco doble o coco de mar de las islas Seychelles, que en ocasiones pueden llegar a pesar 20 kg. Al otro lado del espectro están las semillas de las orquídeas: 30.000 semillas apenas pesarán un gramo.
Con todo, el árbol más grande del mundo, la secuoya gigante, crece de una semilla diminuta: menos de 2 mm de largo. Si queréis visitar el lugar más pintoresco del mundo en el que echar un vistazo a éstas y otras semillas, entonces os recomiendo una visita (aunque sea virtual) a la Bóveda Global de Semillas.
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