Uno de los momentos más hardocre que pasé en Las Vegas tuvo lugar en mi visita al restaurante Hart Attack Grill, donde dicen que sirven la hamburguesa más calórica del mundo: la Quadruple Bypass Burger, que tiene aproximadamente 10.000 calorías, más de cuatro veces la cifra recomendada diaria para un adulto. Las camareras están vestidas como enfermeras, y el dueño va de médico, y a los clientes se les pone un camisón abierto por detrás, como si acabaran de ser ingresados en un hospital.
En otro viaje por la Ruta 66, descubrí en Amarillo, Texas, el hiperbólico restaurante Big Texan, que se conoce en toda América por servir un steak de buey de 72 onzas (poco más de dos kilogramos), acompañado de patatas al horno, ensalada de col y magdalenas con mantequilla. Si el comensal lo engulle todo en menos de una hora, el restaurante te recompensa por la hazaña invitándote a aquel opíparo banquete.
Por aquel entonces, tuve serias dudas de que alguien pudiera zamparse semejantes monstruos de carne. Pero lo cierto es que hay individuos capaces de hacerlo. Sobre todo si hablamos de personas que padecen un desorden benigno con la comida que la neuropsicóloga Marianne Regard y el neurólogo Theodor Landis bautizaron como Síndrome de Gourmand.
Tal y como señalaron estos dos científicos, los que sufren el Síndrome de Gourmand tienen una apoplejía en el lóbulo frontal derecho. Antes de tal apoplejía, de hecho, los pacientes eran personas perfectamente normales a la hora de alimentarse. Pero, tras el ataque, una de las pacientes escribió lo siguiente en su diario:
Es la hora de una abundante comida, una buena salchicha con bocaditos de patata y cebolla o un plato de espaguetis a la boloñesa, o risotto y una chuleta empanada, muy bien decorada, o una escalopa de caza con salsa cremosa con “Spätzle” (una especialidad suiza del sur de Alemania). Siempre comer y beber.
Y es que, además de adorar comer, estos pacientes también disfrutan mucho describiendo las comidas, hablando de restaurantes, recordando banquetes. Los investigadores sospechan que el ataque en el lóbulo frontal derecho afecta al control de los impulsos y las obsesiones de todo tipo.
Jennifer Ackerman, en su libro Un día en la vida del cuerpo humano, abunda en ello:
Sin embargo, yo encuentro esa manía curiosamente familiar y me pregunto si es posible experimentar este tipo de actividad en el lóbulo frontal en grados variables. Yo admito padecer ese síndrome más de un ápice, una tendencia a pensar con demasiada frecuencia en la comida y a recordar comidas con un detalles desmesurado: las alcachofas rellenas de gambas servidas en una fuente en Fresno, el bagre frito servido con hojas de berza en una cantina de Delta…
Ahora que me releo, explicando mis experiencias gastronómicas desbocadas por Estados Unidos, me pregunto también si debo tener afectado en algún grado mi lóbulo temporal derecho.
Tras identificar este primer caso, Landis y Regard continuaron sus investigaciones y estudiaron a 723 pacientes con daños cerebrales durante un periodo de 8 años. Su trabajo se publicó en el año 1997 en la revista Neurology y utilizaba por primera vez la expresión síndrome de Gourmand.
En Xataka Ciencia | ¿Por qué nos gusta comer tanto? No es por falta de voluntad
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