La revolución del software y de la informática tiene dos visiones contrapuestas lideradas por dos divinidades tech: Bill Gates y Richard Stallman.
En 1976, un joven Bill Gates de apenas 19 años denunciaría a los hackers del mundo con unas duras palabras, en las que venía a decir que, si bien la gente parecía dispuesta a pagar el hardware, no entendía por qué no estaban igual de dispuestos a pagar el software, que entonces prefería compartirse. Sin embargo, tanto los creadores de hardware como de software tienen derecho a cobrar por su trabajo. Y que los que copiaban software en realidad estaban robando.
Quizá Gates estaba comiendo algunos errores de planteamiento, probablemente porque estaba muy enojado con la situación. Por ejemplo, el hardware es distinto al software en el sentido de que el segundo puede copiarse por un coste marginal cero, así pues el modelo de negocio no puede ser el mismo (esto es, cobrar por cada copia vendida).
El segundo error de Gates estriba en considerar que si no se cobra por el trabajo los desarrolladores no tendrán incentivos para seguir creando. Gates no conocía aún, por ejemplo, Wikipedia. Ni los miles de blogs que proliferan por el mundo y que hacen un trabajo tan bueno o mejor que muchos medios de comunicación profesionales. A todo esto se sumaba cierto descaro por parte de Gates, que Walter Issacson define así en su libro Los innovadores:
Gates era, a fin de cuentas, un ladrón reincidente de tiempo de computación, y había manipulado contraseñas para acceder a diversas cuentas desde el octavo curso de primaria hasta su segundo año en Harvard. De hecho, cuando afirmaba en la carta que, en el desarrollo del BASIC, Allen y él habían empleado un tiempo de computación valorado en más de 40.000 dólares olvidó mencionar que en realidad nunca había pagado por ese tiempo y que buena parte de él correspondía al uso del ordenador que el ejército había aportado a Harvard, financiado por tanto por todos los contribuyentes estadounidenses.
Y es que Gates usaba palabras gruesas porque se estaba enfrentando a la cultura asentada de los hackers y los aficionados a la informática de lugares como el MIT o la Universidad de Stanford, que habían disfrutado del intercambio colaborativo de software en un ambiente académico relajado, festivo y creativo. Un ambiente que lideraba Richard Stallman, un joven hacker que trabajaba en el Artificial Intelligence Laboratory del MIT, que recogió el guante de Gates.
La inmoralidad de negociar con el bien de todos
Para Richard M. Stallman sacar rédito económico acotando y privatizando los nuevos medios de comunicación, dejando que unos pocos actores empresariales determinaran las condiciones de acceso imponiendo un precio, era completamente inmoral. Los medios de comunicación, la información libre, convertía a la gente en ciudadanos más cultos, informados y democráticos. Ponerle precio a eso era restringir un bien común generalizado. Como el oxígeno.
Nacido en 1953, Stallman mostró un gran interés por las matemáticas durante su infancia en Manhattan, y aprendió cálculo por su cuenta siendo muy joven. A diferencia de sus compañeros, no toleraba la competición. Estudió en Harvard, donde llegó a ser una leyenda incluso entre los genios de las matemáticas. Y cuando ingresó en el MIT, formó parte del Tech Model Railroad Club, más que nunca imbuido de una aspecto de antiguo profeta del Antiguo Testamento enarbolando un profundo fervor moral. De hecho, le encanta romper paredes y cerraduras porque las consideraba inmorales para el desarrollo de la informática, tal y como explica Issacson:
Con sus compañeros, ideó varias maneras de colarse en las oficinas donde estaban los terminales prohibidos. Su especialidad era hacerlo a través de los falsos techos, desplazando una baldosa y descolgando una larga tira de cinta magnética con pedazos de cinta adhesiva en la punta para abrir los pomos de las puertas.
A fin de batallar ideológicamente con Gates empleando herramientas sólidas y no solo una postura ideológica utópica, Stallman se unió a los mejores programadores de su entorno para forjar un sistema operativo llamado GNU, compuesto por software libre que cualquier usuario podía obtener, utilizar y modificar. Era 1983.
En 1985, Stallman creó la Free Software Foundation (FSF), enunciando las cuatro libertades subyacentes al credo de la organización:
Libertad de ejecutar el programa con cualquier fin. Libertad de estudiar el funcionamiento del programa y modificarlo o adaptarlo a tus necesidades. Libertad de distribuir copias del programa para ayudar a los demás. Y libertad de mejorar el programa y poner esas mejoras a disposición de los demás. Así darás a toda la comunidad la oportunidad de beneficiarse de los cambios que hagas.
Para garantizar estos enunciados, Stallman creó un sistema para licenciar el uso del software libre al que llamó GNU General Public License (GNU-GPL). También conocido como copyleft. Un tipo de licencia que actualmente también intenta extrapolarse a cualquier creación artística, en contraposición al copyright, es decir, la posibilidad de prohibir la reproducción, adaptación y distribución de una obra sin permiso del autor.
Todos estos mimbres, pues, fueron los que más tarde tejerían las bases del movimiento de la cultura libre. Pero eso lo veremos en la próxima entrega de este artículo.
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