Todos tenemos una serie de particularidades que nos distinguen de los demás. El ADN, las huellas dactilares... e incluso la forma que tenemos de sentarnos. O más concretamente: la forma en que ponemos nuestro culo al sentarnos. Y esa característica nos podría definir hasta el punto de que nuestro coche reconocería si somos o no nosotros los que estamos conduciendo.
Es lo que al menos teoriza un profesor del Instituto Avanzado de Tecnología Industrial de Japón, un tal Shigeomi Koshimizu, que dedica sus esfuerzos a examinar el trasero de la gente.
Koshimizu y su equipo de ingenieros han estudiado el contorno del cuerpo, la postura y la distribuición del peso del culo de disntintos individuos. Para ello, midieron con sensores la presión en 360 puntos distintos del asiento de un coche, indexando cada punto en una escala de 0 a 256.
El resultado es un código digital único para cada persona. De hecho, durante la prueba, el sistema fue capaz de distinguir entre un grupo de personas con un 98% de acierto.
Esta investigación no es tan absurda como parece, tal y como señalan Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier en su libro Big Data:
Se trataba de desarrollar la tecnología para un sistema antirrobo en vehículos. Un coche equipado con él podría detectar si estaba al volante alguien distinto del conductor autorizado, y exigir una contraseña para poder seguir conduciendo, o incluso detener el motor.
(...)
Y su utilidad puede ir más allá de impedir el robo de vehículos. Por ejemplo, los datos agregados podrían brindar pistas acerca de la relación entre la postura de los conductores al volante y la seguridad vial si, por ejemplo, se dan una serie de cambios reveladores en la posición del conductor antes de un accidente. El sistema también podría ser capaz de detectar cuándo un conductor se vence ligeramente hacia un lado por el cansancio, y enviar una alerta o aplicar automáticamente los frenos. Y podría no solo prevenir el robo de un coche, sino identificar al ladrón por donde la espalda pierde su nombre.
Biometría
Las primeras manifestaciones de la biometría en la historia se remontan a la China del siglo XIV. Según Joao de Barros, explorador y escritor, los comerciantes chinos estampaban las impresiones y las huellas de la palma de las manos de los niños en papel con tinta.
En Occidente habríamos de esperar hasta 1883, cuando Alphonse Bertillon, jefe del departamento fotográfico de la policía de París, desarrolló un sistema para indentificar criminales midiendo ciertas longitudes y anchuras de la cabeza y del cuerpo, así como registrando marcas individuales como tatuajes y cicatrices.
Ahora podemos reconocer a la gente por otros rasgos más particulares: mediante el oído (el sonido que penetra en la oreja y su retorno son únicos, pues cada uno de nosotros tenemos una estructura diferente del oído interno); mediante el olor (cada persona desprende un olor corporal distinto); mediante las rodillas (es incluso más fiable que las huellas dactilares)... y tal vez, dentro de poco, en función de cómo depositemos nuestro culo en el asiento del coche.
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