Tal y como os adelantaba en la primera entrega de este artículo, algunos manuales se editaban específicamente para determinados usuarios, como los financieros, los comerciantes o los agentes de bolsa: para ellos, el más popular fue el libro de 1870 y 1880 The A B C Universal Commercial Electric Telegraphic Code, concebido por William Clauson-Thue. Para que nos hagamos una idea de hasta qué punto se clasificaban y ordenaban las frases clave, echemos un vistazo a la palabra “pánico”, por ejemplo, a la que se asignan los números 10054-10065):
Un gran pánico domina en… El pánico está calmándose El pánico continúa Lo peor del pánico ya ha pasado El pánico puede considerarse que ha cesado.
O para lluvia (11310-11330):
No puede funcionar debido a la lluvia La lluvia ha hecho mucho bien La lluvia ha causado gran cantidad de daños La lluvia cae ahora en serio Continúan todas las perspectivas de lluvia Lluvia muy necesaria Lluvia a veces Lluvias generalizadas.
O para naufragio / naufragar / ruina (15388-15403):
Levó anclas y naufragó Se intentará por todos los medios evitar el naufragio Va a ser necesariamente una ruina total Las autoridades aduaneras han vendido el barco hundido El cónsul ha empleado a todos los hombres para evitar el naufragio.
A medida que las redes telegráficas se extendían por el mundo, las tarifas internacionales, más gravosas, impulsaron aún más los libros de códigos para ahorrar dinero en los mensajes.
Por eso aparecieron libros de códigos que aún comprimían mucho más los mensajes, como el editado en 1885 por W. H. Beer y Compañía, de Convet Garden, que vendían por un penique en Pocket Telegraphic Code, un pequeño libro que contenía “más de trescientos telegramas de una sola palabra”, organizados con claridad por temas.
A finales de siglo, los telegrafistas del mundo entero, por medio de las Conferencias Telegráficas Internacionales celebradas en Berna y en Londres, habían sistematizado los códigos con palabras en alemán, español, francés, holandés, inglés, italiano, latín y portugués. Los libros de códigos prosperaron y conocieron una gran expansión durante las primeras décadas del siglo XX y luego se esfumaron en la oscuridad.
Naturalmente, los códigos llegaron a comprimir tanta información en tan pocas palabras o números que la información, además de transmitirse de forma más tosca y carente de matices, se volvía especialmente vulnerable: el más mínimo error en la condensación podía pervertir todo el sentido del mensaje, como ocurrió con un celebre caso que incluso llegó a los tribunales, tal y como señala James Gleick:
El 16 de junio de 1887, un tratante de madera de Filadelfia llamado Frank Primrose telegrafió a su agente en Kansas para decirle que había “comprado” (BOUGHT) – abreviado en su código particular en compara (BAY) – quinientas mil libras de lana. Cuando llegó el mensaje, la palabra clave se había convertido en compra (BUY). El agente empezó a comprar lana, y en poco tiempo el error le costó a Primrose veinte mil dólares, según el pleito que puso a la Compañía Telegráfica Western Union. La batalla legal se prolongó durante seis años, hasta que finalmente el Tribunal Supremo dio validez a la letra pequeña incluida al dorso del impreso que debía rellenarse para poner el telegrama; en él se especificaba el procedimiento a seguir para protegerse contra los errores.
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