A pesar de que las lentillas de contacto nos pueda parecer un invento muy reciente, lo cierto es que la primera persona que propuso un sistema de lentillas de contacto fue Leonardo da Vinci en su obra Código ocular, escrita en el siglo XVI.
Allí describe un método óptico para corregir la visión defectuosa situando el ojo junto a un tubo corto y lleno de agua, cerrado en un extremo por una lente plana. El agua entraba en contacto con el globo ocular y refractaba los rayos luminosos tal y como lo hace una lente curva.
El problema es que el ojo es demasiado sensible para entrar en contacto con una sustancia extraña. Aunque se pulieran extremadamente, las lentes de contacto de cristal seguían siendo demasiado ásperas.
En 1680, ópticos franceses intentaron un nuevo enfoque de este problema. Situaron una capa protectora de gelatina sobre el globo ocular, y después la cubrieron con una lente de cristal pequeña y bien ajustada. Pero la lente se desprendía con frecuencia del ojo.
Las primeras lentes de contacto fueron ideadas en 1877 por el doctor A. E. Fick, un físico suizo. Eran lentes duras y gruesas. Además, no resultaban demasiado cómodas. El cristal había sido fabricado, por soplado o moldeo, hasta conseguir la curvatura apropiada; pulimentado y después cortado para lograr una lente que no sólo cubriera la córnea, sino también todo el globo ocular.
Hasta 1936, el vidrio continuó siendo el material estándar de estas lentes duras. Hasta que la empresa alemana I. G. Farben presentó la primera lente dura de plexiglás. Desde entonces, los científicos han alterado la composición física y química de las lentes, con la intención de conseguir una superficie que imite lo mejor posible la estructura del cristalino humano.
Actualmente, además del alto contenido en agua, una buena lente se caracteriza por la permeabilidad al oxígeno, para que las células del ojo puedan respirar.
Vía | Las cosas nuestras de cada día de Charles Panati