Los barcos y la vida en alta mar siempre han ejercido una gran atracción en la gente. Ahí tenemos el éxito de los cruceros, que ya no sólo son embarcaciones-féretro para septuagenarios que celebran sus bodas de oro. ¿A quién no le gustaría mudarse a un pequeño camarote, donde todo parece miniaturizado y aprovechado al máximo, como sucede en las autocaravanas, para vivir por siempre en el mar, recalando de puerto en puerto, como un perpetuo nómada marino? Vivir como una especie de Kevin Costner en Waterwold, pero sin el inconveniente de disimular continuamente la alopecia.
Sentir la sal en tu boca y contemplar las estrellas en alta mar, cuando la oscuridad convierte tu barco en una nave espacial que cruza silenciosa la galaxia. Lejos de la contaminación, el estrés y los sospechosos desplazamientos de muebles del vecino de arriba a las tres de la mañana. O quizá vivir como Julie, la anfitriona de Vacaciones en el mar, recibiendo a pasajeros de todas las nacionalidades del mundo, amaneciendo en una costa diferente cada mes, buscando incansablemente a un buen cirujano que corrija tu estrabismo.
Mezclemos esa sensación con la visión futurista de Julio Verne en La isla de Hélice, una ciudad flotante utópica. Alimentemos con proteínas el Quenn Mary hasta que aumente de tamaño cuatro veces o al Voyager of the seas para que aumente tres. Inyectemos aún más lujo al crucero noruego Residen Sea World, cuyo precio mínimo por camarote es de 2,3 millones de euros. Modernicemos al estilo Star Trek el buque de madera que Jesús mandó construir a Noé para salvar a los animales del diluvio universal. Agitemos la coctelera y ya lo tenemos. El megalómano proyecto de supercrucero que Norman Nixon está intentando construir desde hace una década, tan gigantesco que puede ostentar el título de lugar. Un lugar móvil.
EL TAMAÑO NO IMPORTA
El tamaño no importa al menos en cuanto a tsunamis y vientos huracanados se refiere. Pese a la envergadura hipertrofiada de esta ciudad flotante itinerante para millonarios, sus ingenieros aseguran que viajar en él será como hacerlo siempre sobre una balsa de aceite (un tsunami de 25 metros, por ejemplo, sólo desplazaría el numantino casco unos 2 centímetros). De hecho, tal vez sea éste el concepto preeminente del proyecto Freedom Ship: un lugar para vivir en el que la existencia parece flotar sobre aceite.
Freedom Ship medirá 1370 metros de largo (más que cualquier rascacielos del mundo) y 230 metros de ancho con una altura de 110 metros. Dicho así puede no resultar demasiado impresionante. Pero lo es. Basta imaginarnos a nosotros mismos corriendo a toda velocidad sobre nuestras piernas, como en una competición de atletismo. Presuponiendo que gozáramos de una forma física solvente que no nos obligara a caer rendidos a los pocos metros, para salvar la cubierta del Freedom Ship de extremo a extremo deberíamos esprintar durante un tiempo no inferior al que tardamos en recorrer quince veces la distancia de un andén del metro. Estoy diciendo que podríamos pasear en línea recta durante casi una hora y no nos caeríamos al mar. Casi una hora andando. Es más de lo que andan al día muchas personas de costumbres sedentarias. Y estoy hablando de sólo un nivel del crucero. Freedom Ship contendrá 25.
25 pisos con hogares, bibliotecas, escuelas, hospitales, bancos, hoteles, restaurantes, casinos, oficinas, tiendas, empresas, además de 200 acres de espacios abiertos, campos de golf y parques y paseos que estarán decorados con cascadas, estanques y jardines. Hay muchos pueblos que son más pequeños que Freedom Ship. Y sin duda son mucho menos lujosos y confortables. La capacidad del Freedom Ship también sobrepasa extraordinariamente al censo de muchos pueblos: 100.000 personas, divididos en 40.000 residentes permanentes, 30.000 visitas diarias, 10.000 pasajeros nocturnos en hoteles y 20.000 de tripulación. Incluso tendrá su propio aeropuerto, en el que podrán aterrizar reactores, aviones y helicópteros, y una línea de ferrocarril, así como un puerto deportivo y un área de estacionamiento de vehículos de los residentes. Contará con 40 generadores que suministrarán energía eléctrica al complejo, y un sistema de ventilación electroestática que proporcionará aire y una planta potabilizadora con la que se intentarán cubrir todas las necesidades de agua.
Los cortafuegos entre cubiertas serán capaces de contener un incendio durante cuatro horas, convirtiéndolo de hecho en ignífugo. Los 18.000 habitáculos residenciales tendrán un precio que oscilará entre los 180.000 y los 2 millones y medio de dólares. Si sois de familia más pudiente, entonces tal vez prefiráis alojaros en una suite Premium (dúplex de 450 metros cuadrados, balcones con vistas y decorada con maderas nobles) al módico precio de 44 millones de dólares.
La enorme comunidad de Freedom Ship, además, estará programada para desplazarse continuamente alrededor del orbe terráqueo, lento pero inexorable (10 nudos por hora), incluyendo en su ruta las principales ciudades portuarias y completando una vuelta alrededor del mundo cada 3 años. Su impulso será generado gracias a 100 motores de 33.000 CV y hélices retráctiles y orientables en 360 grados le otorgarán a este coloso una maniobrabilidad extraordinaria. Como no existen puertos marítimos lo suficientemente grandes para recibir este monstruo marino, el transporte de pasajeros se realizará por ferry o avión. Aunque si uno no lo desea, no necesitará abandonar jamás esta pequeña ciudad que se pasará un tercio del tiempo navegando hacia un nuevo destino y el resto del tiempo fondeando en alguna costa, sin abandonar nunca aguas internacionales, sin pertenecer jamás a ninguna nación.
Freedomshiplandia, en ese sentido, recuerda a los Superdestructores imperiales que aparecen en Star Wars, cuyas gigantescas dimensiones le impiden atravesar la atmósfera de un planeta y, por ello, deben construirse en el espacio exterior. Como el Freedom Ship.
Vivir en este leviatanesco complejo marino en perpetuo movimiento también ofrece otras ventajas, además de que cada mañana te levantas contemplando un nuevo horizonte. Al permanecer la mayoría del tiempo en aguas internacionales, sus habitantes se regirán por las mismas leyes marítimas de otros navíos y incluso se espera que sus residentes obtengan neutralidad fiscal. En algún sentido será como vivir en un mini estado independiente. Comercialmente, los productos y servicios que aquí se generen podrán venderse en todos los puntos del planeta libres de impuestos, lo cual provocará tal vez que muchos puertos aguarden la llegada del Freedom Ship con un brillo fenicio en los ojos, dispuestos a realizar todo tipo de transacciones comerciales.
Por si esto fuera poco, el ojo del Gran Hermano orwelliano garantizará que esta ciudad esté libre de crimen: toda la actividad del crucero será filmada con circuitos cerrados de cámaras las 24 horas al día. Y 2.000 agentes, al mando de un ex agente del FBI, tendrán capacidad de enfrentarse a amenazas terroristas externas o al ataque de piratas. Si infringís la ley, acabaréis con tus huesos en el calabozo de a bordo, no lo dudéis.
Freedom Ship sería algo así como un paraíso fiscal para ricos y famosos. Las islas paradisíacas, en comparación, han quedado anticuadas: más bien se asemejaría a la isla flotante de la mitología celta llamada Tir N´an Og (Isla de la Juventud), que aparecía imprevisiblemente en cualquier punto de la costa irlandesa de vez en cuando y cuya leyenda cuenta que si consigues alcanzar su orilla entonces obtendrás la vida eterna. Pero tal vez no habría que comparar este proyecto con una isla, aunque sea mágica.
Freedom Ship, conceptualmente, posee más similitudes con la primera nave espacial generacional de la historia, pilotada por una elite financiera y social que tendrá la posibilidad de abandonar el inestable planeta Tierra en busca de finisterres más halagüeños. Incluso se teoriza que Freedom Ship podría asumir algún día el papel de Arca de Noe para millonarios, pues todos ellos podrían sobrevivir a posibles catástrofes naturales, como el crecimiento de las aguas por el cambio climático, que se estima que amenaza a 21 de las grandes ciudades del mundo.
Esta idea nos remite de nuevo al escenario postapocalíptico de Kevin Costner en Waterworld, pero aquí los supervivientes tendrán la billetera muy abultada y posiblemente hablarán ese empalagoso dialecto que sólo los pijos de pura cepa saben articular, “qué fuerte, tía”.
¿Y su creador? ¿Quién es Norman Nixon? Eso lo sabremos en la próxima entrega de este artículo.