Actualmente las técnicas de ingeniería naval son insuficientes para la construcción de una ciudad flotante de tres millones de toneladas como la que propone Norman Nixon, director de Freedom Ship International.
Por ejemplo, los superpetroleros no pueden aumentar de tamaño a causa del peso que ello representaría para toda la estructura, sobre todo en condiciones climatológicas adversas. Sin embargo, a pesar de que la construcción lleva anunciándose desde 1999 y que ya se ha pospuesto el inicio de la primera fase de construcción en diversas ocasiones, Norman Nixon garantiza la viabilidad del proyecto y manifiesta que sus cualificados ingenieros tienen la intención de emplear una técnica que se usa en la construcción de barcazas, lo cual reduciría la tensión de las miles de toneladas de la estructura. No en vano, la suma que Norman Nixon pretende invertir en el proyecto se estima alrededor de los 11 billones mil millones de dólares.
Igualmente, el proyecto parece arrastrar una gran carga especulativa. ¿Quizá sólo está tanteando el mercado en busca de inversores? Según Nixon, “es una oportunidad para crear la primera comunidad ideal del mundo”. Las últimas noticias indican que más de 15.000 personas iban a empezar a trabajar en la primera fase de construcción del Freedom Ship en turnos de ocho horas diarias, para la que se tendrá que desplazar un astillero flotante hasta las costas de Honduras o Belice (el lugar con más posibilidades hasta la fecha es Bahía Trujillo, a 250 kilómetros de Tegucigalpa). Los componentes de la superestructura serán remolcados separadamente, y el casco de la nave será ensamblado in situ, con una ingeniería similar a la empleada en un aeropuerto flotante de la bahía de Tokio llamado Megafloat Airport, que usa secciones o cajones de acero flotantes para establecer la base y sobre ésta levantar grandes estructuras. Las obras, finalmente, no se iniciaron, y la cosa sigue parada.
Todo es posible si hablamos del visionario Norman Nixon, un millonario hombre de negocios de Florida del que poco se sabe (si googleamos por Internet, apenas encontraremos referencias en su propia página web y poco más). Alguna foto de sus vacaciones, o pescando con su familia. Ingeniero jubilado, su empresa es especialista en plataformas offshore, y ha sido responsable de algunas de las mayores refinerías, oleoductos y plantas químicas del mundo. Tras conocer a su actual esposa en Hong Kong, a principios de 1990 entró en contacto con amistades de su esposa preocupadas por los acontecimientos venideros tras la devolución de Hong Kong a la China comunista. Este hecho le hizo plantearse las primeras ideas de fundar una isla artificial para anclarla en otro lugar lejos de China. La idea, tras el encontronazo con diversas trabas burocráticas que le impedían obtener los permisos y licencias necesarios, evolucionó, hasta fraguarse en 1996 el germen de Freedom Ship.
Por si esto fuera poco, Nixon también se presentó como candidato a las elecciones presidenciales estadounidenses del 2008. Vote por Norman Nixon. Pero aquí la previsión falló, como todos sabéis, pues es Barack Obama el que ocupó la Casa Blanca; lo cual me tranquiliza. ¿Volverá a fallar la previsión de Norman Nixon con su Freedom Ship?
Otro obstáculo que plantea el proyecto Freedom Ship tiene relación con el continuo avance de la tecnología. La ciudad será construida con toda clase de lujos y avances tecnológicos, sí, pero una vez instalados e izada el ancla, la remodelación de equipos será dificultosa o directamente imposible. Freedom Ship quedará atrapado en el pasado a nivel tecnológico en apenas una década. Sus habitantes podrán adquirir una pantalla plana que haya salido recientemente al mercado pero, ¿quién les garantiza que podrán gozar de la última tecnología GPS, nuevas antenas, nuevas conexiones a Internet, nuevos conceptos estructurales en cuanto a hábitat, innovaciones profundas en infraestructura y domótica, etcétera? Pocos serán los que quieran adquirir un lugar para vivir tan caro que lenta pero inexorablemente, tal y como el Freedom Ship circunnavegará el globo, se volverá cada vez más viejo y anticuado. Y en el caso de que se idee una forma sufragar los costes de mantenimiento de la ciudad y de que ésta siempre luzca a la última, ¿quién asumirá los desorbitados gastos? ¿La microeconomía libre de impuestos de Freedom Ship será suficiente?
De no ser así, no quiero ni imaginar la línea de ceros (con un 1 delante) que supondrá los gastos comunitarios de sus ciudadanos. Todas estas preguntas fundamentales no tienen respuesta en la página oficial de Freedom Ship International.
Pero ¿qué más da? Proyectos aparentemente mucho más imposibles, como algunos de los desmanes arquitectónicos dubaitíes, ya se han hecho realidad. ¿Por qué no podría instalarse un nuevo tipo de vida nómada para una sociedad cosmopolita y ácrata? Según sus promotores, y pese a la crisis en la que está sumido el ladrillo, esta Atlántida de oropel ya ha recibido 3.500 reservas de alojamiento, aunque por el momento no se aceptan depósitos ni pagos por adelantado. Parafraseando a la Orquesta Mondragón, viaje con nosotros… alrededor del mundo sin moverse de su propia casa.
Por mi parte, no obstante, creo que me abstengo de embarcarme en esta singladura. Y si en algún momento empiezo a dudar de mi decisión, me basta con recordar las palabras de David Foster Wallace en su corrosivo ensayo periodístico Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, acerca de unas vacaciones con todos los gastos pagados a bordo de un crucero de lujo, el Zenith, que recorre el Caribe como “los pasteles de boda flotantes cuyo número de ocupantes llega a las cuatro cifras y cuyas hélices de los motores son del tamaño de sucursales bancarias” y que, junto a la variada oferta que la industria del crucero, reparte folletos a “los diversos nichos del mercado actual (Solteros, Gente Mayor, Temáticos, de Interés Especial, Empresas, Fiestas, Populares, de Lujo, de Lujo Absurdo, de Lujo Grotesco)”:
He visto playas de sacarosa y aguas de un azul muy brillante. He visto un traje informal completamente rojo con las solapas evasé. He notado el olor de la loción de bronceado extendida sobre diez mil kilos de carne caliente. Me han llamado “colega” en tres países distintos. He visto a quinientos americanos pijos bailar el Electric Side. He visto atardeceres que parecían manipulados por ordenador y una luna tropical que parecía más una especie de limón obscenamente grande y suspendido que la vieja luna de piedra de Estados Unidos a la que estoy acostumbrado.