Como escriben Peter H. Diamandis y Steven Kotler en su libro Abundancia, "la tecnología es un mecanismo de liberación de recursos. Puede convertir lo que antes era escaso en abundante". Eso ha estado pasando desde la revolución industrial, que convirtió la agricultura en una fuente de calorías mucho más asequible para cada vez más gente.
Desde entonces, la pobreza no ha dejado de descender, salvo fluctuaciones. En solo 200 años, el 95 por ciento de la humanidad vivía en la pobreza extrema. Si las tendencias siguen su curso, en apenas diez años es probable que alcanecemos el 0 por ciento.
Pobreza absoluta y pobreza relativa
No hay que confundir la pobreza absoluta de absoluta de la relativa. Una persona considerada pobre en Estados Unidos, por ejemplo, sería un rico en un país del tercer mundo, e incluso en un ciudadano de principios del siglo XX. Aquí, pues, estamos estableciendo una pobreza relativa: la comparamos con otras personas y determinamos que estamos ante un pobre.
La pobreza absoluta o extrema es también difícil de definir, pero no depende tanto de las comparaciones coyunturales: básicamente un pobre extremo es el que, incluso usando toda su renta, no puede comer lo suficiente para estar saludable. Si nos referimos a esta clase de pobreza, casi 140.000 personas de media al día están dejando atrás este estatus.
El precio de los alimentos ha bajado, la producción se ha vuelto mucho más eficiente. Ahora se aceleran estos factores gracias a la biotecnología, y otras tecnologías que se están implantando progresivamente, como la carne cultivada in vitro o algoritmos de inteligencia artificial para gestionar cultivos y suministros. Pero el verdero cambio tuvo lugar, sobre todo, gracias a la revolución industrial, es decir, a la ciencia y la tecnología, como explica Steven Pinker en su reciente libro En defensa de la Ilustración:
La rotación de cultivos y las mejoras en los arados y las sembradoras fueron seguidas por la mecanización, que supuso el reemplazo de la musculatura humana y animal por la fuerza generada por los combustibles fósiles. A mediados del siglo XIX hacían falta veinticinco hombres durante un día entero para cosechar y trillar una tonelada de grano; en la actualidad una persona que maneja una cosechadora puede hacerlo en seis minutos.
Naturalmente, no podemos dormirnos en los laureles en este combate contra el hambre, porque todavía hay fluctuaciones y pueden producirse recesiones importantes. Por ejemplo, el hambre ha crecido en 2017 por tercer año consecutivo y todavía afecta a 821 millones de personas (una de cada nueve), según el informe del Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2018 que elabora la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
Con todo, quedémonos con los datos optimistas para enfrentarnos a este desafío con mucho más ímpetu e ilusión, no con menos.
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