A veces nos dejamos deslumbrar fácilmente por las gestas más épicas, los inventos más hiperbólicos (¿alguien dijo Hyperloop?) o los desarrollos más sofisticados, pero nos dejamos en el tintero esos pequeños milagros cotidianos a nivel tecnológico que hacen del mundo un lugar más próspero y feliz.
En ese sentido, los electrodomésticos, desde la nevera hasta el horno, deberían figurar en un museo de ciencia y tecnología con todas las de la ley, en una demarcación específica de grandes logros de la humanidad que han mejorado ostensiblemente la calidad de todas las personas.
Máquinas del tiempo
Hemos de considerar los frigoríficos, las aspiradoras, las lavadoras y los microondas como algo más que electrodomésticos. Más bien son máquinas del tiempo, en el sentido de que han proporcionado más tiempo libre a sus usarios a fin de que lo inviertan en vocaciones más elevadas.
Algo que ya ocurre incluso entre los ciudadanos más pobres de los países del primer mundo. Tal y como abunda en ello Steven Pinker en su libro En defensa de la Ilustración:
La electricidad, el agua corriente y los electrodomésticos (o, como solían denominarse "dispositivos que ahorran trabajo") nos devuelven ese tiempo, las muchas horas que nuestras abuelas pasaban bombeando, enlatando, batiendo, encurtiendo, curando, barriendo, encerando, fregando, escurriendo, enjabonando, secando, cosiendo, remendando, tejiendo, zurciendo y, como solían recordarnos, "trabajando como esclavas sobre el fogón, dejándonos la piel".
Además, estos electrodomésticos no solo tienen prestaciones cada vez más sofisticados, sino que resultan cada vez más asequibles para todo el mundo. En 1919, un asalariado estadounidense medio tenía que trabajar 1800 horas para adquirir un frigorífico; en 2014, solo necesitaba trabajar 180 horas, y el nuevo frigorífico no formaba escarcha e incluía un dispensador de hielo, amén de que era más eficiente en el consumo de energía.
Echemos un vistazo a la colada: hacer la colada suponía 11,5 horas semanales en el año 1920. En 2014, el tiempo se redujo a 1,5 horas a la semana. En total, el tiempo dedicado a tareas domésticas se redujo casi una cuarta parte, pasando de 58 horas semanales en el año 1900 a 15,5 horas en 2011. Como dijo Hans Rosling, la lavadora merece el título de mayor invento de la Revolución Industrial solo por el hecho de devolvernos para nuestra vida el "día de la colada".
En una entrevista de 1912 en la revista Good Housekeeping, el mismo Thomas Edison ya profetizaba hasta qué punto esta clase de tecnologías domésticas iban a provocar grandes transformaciones sociales, sobre todo para las mujeres (pues eran y siguen siendo la que más tiempo invierten en las tareas del hogar):
El ama de casa del futuro no será una esclava de sirvientes ni realizará un trabajo de esclavos. Prestará menos atención al hogar, porque el hogar necesitará menos; será más una ingeniera doméstica que una trabajadora doméstica, con la mayor de todas las sirvientas a su servicio, a saber: la electricidad. Esta y otras fuerzas mecánicas revolucionarán de tal manera el mundo de la mujer que una proporción considerable de la energía total de estas se conservará para su uso en campos más amplios y constructivos.
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