El otro día estaba leyendo un brillante artículo firmado por Gumersindo Lafuente (en colaboración con Antonio Lafuente, Juan Freire, Antoni Gutiérrez-Rubí, José Cervera, Antonio Martínez Ron y Antonio Lucio) que sintetizaba perfectamente algunas de los libros que más han influido en mi modo de ver las cosas en los últimos tres o cuatro años. Una de las ideas que se esboza en el artículo alude indirectamente a la Ley de Joy, es decir, que los más inteligentes acaban trabajando para otros, que suelen ser menos inteligentes, creándose así un cuello de botella de eficiencia.
Esto es lo que sucede en las empresas (o en el desarrollo de software, según el creador original de esta ley), naturalmente. Pero la Ley de Joy puede estar desapareciendo gracias a la nueva configuración social que exige el desarrollo de la tecnología (desde Internet hasta las impresoras 3D), sazonado con la crisis económica global (que promueve al emprendedor u obliga al parado a buscar alternativas que no pasen por tirar miles de currículos a todas las empresas disponibles).
Joy
La Ley de Joy, una ley muy sui generis, quedó articulada en 1990 a raíz de unos comentarios hechos de pasada en una entrevista por uno de los cofundadores de Sun Microsystems, una de las empresas tecnológicas más importantes del mundo: Bill Joy. En pocas palabras: trabajamos con quien la empresa ha podido contratar.
El ejemplo paradigmático de la Ley de Joy es Wikipedia, que ya puede compararse con el epítome de las enciclopedias, digamos, concebidas por una empresa: la Britannica. En otras palabras, la innovación en abierto puede ser potencialmente más eficaz porque capta a gente inteligente que está allá afuera, aunque sólo sea porcentualmente.
Contratando a los mejores
La razón de que ocurra algo tan contraintuitivo, esto es, que las empresas no contratan a los mejores, reside básicamente en que los filtros para contratar no son idóneos, ni posiblemente puedan serlo jamás. Apple, por ejemplo, quiere contratar a gente con experiencia en la rama de negocio para la que esté contratando, sobre todo si esa experiencia está avalada por titulaciones que pertenezcan a buenas universidades. Steve Jobs, posiblemente, jamás sería contratado por Apple. Porque Apple no tiene tiempo de evaluar a un candidato el suficiente número de horas para descubrir su potencial, porque apostar por candidatos erróneos (las más de las veces) resulta improductivo económicamente.
Por ello las empresas no pueden aspirar nunca a contratar a los mejores o más inteligentes, sino a los que parecen mejores. Y no nos engañemos, muchas veces en esos contratos hay un alto grado de compradeo, enchufismo y un horizonte de conocimiento limitado. Amén de que las empresas no pueden contratar a muchos otros perfiles que define así Chris Anderson en su libro Makers:
De esta forma sólo se contrata a gente que desea ser contratada. Lo cual elimina a todos aquellos que, estando en cualquier otro lugar, aman el trabajo que están haciendo y no desean dejarlo. La tendencia es a no contratar niños, ancianos y delincuentes, con independencia de lo listos que sean. Tampoco a cualquiera que no sepa guardar un secreto o no desea verse atado por los términos de un contrato laboral, etc. Y, sin embargo, hay gente inteligente, e incluso brillante, que cae dentro de todas esas categorías excluidas.
La razón de que una comunidad abierta resulte potencialmente más productiva que una empresa en el sentido tradicional del término es básicamente ésa. No hay tanto riesgo, hay menos miedo a la experimentación, existe mayor neurodiversidad, se producen colaboraciones bajo jerarquías muy flexibles, a veces inexistentes.
Ni siquiera, en ocasiones, hay un salario de por medio. Porque la gente tiene muchos motivos por hacer las cosas, y no siempre esos motivos son monetarios (al menos directamente). La recompensa, por ejemplo, puede llegar más tarde.
El futuro
Este modo de hacer las cosas probablemente no pueda, de momento, sustentar la economía mundial, pero lo que Joy estaba señalando es el que el mundo está cambiando, y que las empresas tendrán que empezar a convivir con otros modos de organización que no están repletos de burocracia, procedimientos y procesos de visto bueno. Organizaciones en las que ni siquiera hay límites geográficos o fronteras administrativas, como señaló Thomas Friedman: “Lo normal era que sólo estuviese disponible la mano de obra barata extranjera; actualmente los genios extranjeros baratos también están disponibles.”
Es cierto que tales comunidades tendrán más dificultades a la hora de crear proyectos físicos que digitales, porque aún carecen de la infraestructura de las empresas tradicionales. Sin embargo, la eficiencia digital promoverá más pronto que tarde la eficiencia física. Los movimientos maker de las impresoras 3D, los Fab Lab, empieza a mostrar su hocico. Sobre todo porque las ventajas son mayores que los inconvenientes.
Lo que de verdad crea empleos es la pequeña empresa que se hace grande. Pero a diferencia de la primera revolución industrial, ya no hace falta que sean gigantes industriales con un ejército de trabajadores. La mayor parte de la economía de Internet la conforman empresas con unos pocos centenares de trabajadores, como Twitter o Tumbrl. Lo mismo es válido para las empresas productivas que crecieron según el modelo Maker.
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