El antropólogo Robin Dunbar ya había constatado, tras medir el tamaño de los grupos de cazadores-recolectores en diferentes rincones del planeta, que los humanos solo podemos crear lazos afectivos profundos con una media de 150 personas.
Naturalmente, dentro de ese conjunto hay diversas capas: la capa más íntima está compuesta hasta por cinco personas, la siguiente puede llegar a tener hasta diez, a continuación hay otra capa de 35, y finalmente una de 100.
En Facebook, sin embargo, toda esa teoría se hacía trizas. Si bien siempre había capas más cercanas (normalmente compuesta por personas que ya conocemos en el mundo real, como amigos y familiares), el usuario debe escoger continuamente a quién prestar más o menos atención. Y esa decisión tiene que ser dinámica: cambiar en función de cada momento.
La forma de facilitarle esta tarea ha sido un filtro o criba adaptado a sus intereses particulares: Edgerank. El cuello de botella de nuestra atención cognitiva y emocional.
Cámara de ecos
La generación X, los hippies, los mods, los hackers… es innegable el atractivo conceptual de las etiquetas. Aunque su valor explicativo sea bajo o incluso nulo, a la gente no solo le gustaba formar parte de un grupo, ser etiquetado de algún modo, sino que la etiqueta incluso se interviene en su propia manera de vivir y actuar. Como una profecía autocumplida. Como el pez que se muerde la cola.
Un ejemplo de ello es la tradición del pueblo Ashanti en la Ghana central de otorgar un nombre espiritual a cada niño en función de su día de nacimiento. Los Kwadwo, por ejemplo, eran los niños nacidos en lunes, y se consideraban pacíficos, calmados y retraídos. Los Kwaku, que se caracterizaban por su rebeldía, eran los niños nacidos en miércoles. En la década de 1950, el psicólogo Gustav Jahoda descubrió que esta temprana categorización tenía un impacto a largo plazo en la autoimagen y vidas de los niños Ashanti. Los niños sencillamente se adaptaban a la etiqueta, a lo que se esperaba de ellos.
Las personas se organizan en redes sociales basadas en la homofilia (amor a los iguales), es decir, la tendencia consciente o inconsciente de asociarse con sujetos que se parecen a ellas, ya sea porque comparten sus intereses, historias o aspiraciones. Como escribió la investigadora del comportamiento humano en la Universidad Rutgers Helen Fisher en su libro The New Psychology of Love:
La mayoría de los hombres y mujeres se enamoran de individuos con los mismos antecedentes étnicos, sociales, religiosos, educativos y económicos, de quienes tienen un atractivo físico similar, una inteligencia equiparable, actitudes y expectativas, valores e intereses semejantes, y destrezas sociales y de comunicación análogas.
Esa forma de organizarnos también nos define, tanto endógena como exógenamente. Sin embargo, a diferencia del mundo real, en Facebook no nos relacionamos con decenas o cientos de individuos, sino con miles o cientos de miles. No podemos prestar toda nuestra atención cognitiva y emocional a todo lo que aparece en nuestro News Feed. Por eso, Facebook toma esa decisión por nosotros tomando como referencia nuestro comportamiento (nuestras interacciones, nuestros lazos con los demás, los "me gusta" que señalamos, etc).
En 2011 Facebook dejó de utilizar el nombre EdgeRank ya que su sistema evolucionó hacia un algoritmo más complejo basado en aprendizaje automático. A partir de 2013 los ingenieros de Facebook han difundido que se utilizan más de 100.000 señales individuales para determinar si una publicación será mostrada en el muro de cada usuario.
El problema es que la mayor parte de estos filtros se fundan en la homofilia: juntarnos con personas que se parecen a nosotros, sobre todo a nivel ideológico. Lo que finalmente deriva en una cámara de ecos ideológica, en una Mente Facebook, que es un terreno propicio para los fake news o la polarización política extrema, así como a una trampa de diversidad.
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