Nos da la impresión de que el termostato de nuestro horno es algo así como un ángel custodio que se encargará de regular eficientemente la temperatura a fin de mantenerla estable. Sin embargo, nada más lejos de la verdad.
El margen de error de un termostato medio es tan elevado que da una falsa sensación de seguridad: el dial de la temperatura en el que tan ingenuamente depositamos nuestra fe no es un verdadero reflejo de lo que está pasando dentro del horno. Y esto es algo que preocupó a uno de los inventores más excéntricos y geniales que existen actualmente.
El inventor genial
El hombre que se ha preocupado de un tema tan aparentemente anodino como el funcionamiento de un termostato de horno doméstico ha sido Nathan Myhrvold, un personaje tan estrambótico que podría interpretar perfectamente el papel de Doc en Back to the Future o Walter en Fringe.
Y es que Myhrvold es una de las personas más ricas de Estados Unidos y dirige uno de los laboratorios más alucinantes del mundo, controlando miles de patentes, enviando satélites a la luna, proponiendo soluciones alternativas al calentamiento global o incluso tratando de eliminar la malaria con un láser que solo ataca a los mosquitos que la transmiten. Si queréis saber más sobre este laboratorio de película, os recomiendo revisar Myhrvold, el dueño del laboratorio más alucinante del mundo.
Con estos antecedentes, pues, no es extraño que Myhrvold se enfrentara a un problema que había pasado desapercibido por el mundo: que casi todos los hornos tradicionales están completamente equivocados, definiendo el termostato de estos hornos como un invento “poco afortunado”.
Abunda en ello la experta en historia de la gastronomía Bee Wilson en su libro La importancia del tenedor:
Para empezar, los termostatos solo miden el calor seco, sin tener en cuenta la humedad, pero sabemos que la humedad interior del horno afecta enormemente a la forma en que un alimento se cocina: si se asa, se hace al vapor o se cuece, y a qué velocidad. (…) El termostato del horno no puede medir cómo afecta el tiempo de asado de una pata de cordero en la que hayamos vertido un vaso de vino en la bandeja; o cómo la corteza del pan se ablanda al echar una jarra de agua en el suelo abrasador del horno.
Además, la posición del sensor que mide el calor seco, en función de su posición, también sufre distorsiones. Por ejemplo, si el sensor está situado en la parte de atrás del horno, medirá una temperatura inferior a la que realmente se está produciendo en todo el horno. Cuanto más alejada esté la comida del sensor, también, menos posibilidades hay de que la medida sea exacta.
Myhrvold descubrió que el margen de error de la temperatura del bulbo seco en los termostatos de los hornos domésticos “puede llegar a los 14 ºC/25 ºF”, lo que podía marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso de una receta. Todos los hornos tienen sus puntos calientes; la clave está en calibrar nuestro propio horno: situar un termómetro en diferentes puntos del horno a medida que se calienta, luego escribir las medidas reales y actuar en consecuencia.
Imagen | Zackzen
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