Entrar en una cocina es como entrar en un laboratorio. De hecho, si sabes mirar, las cocinas pueden ser más interesantes que un museo de ciencia.
Mirad la cubertería de acero inoxidable, un efecto secundario del invento de Harry Bearley, un hombre de Sheffield que concibió el acero inoxidable en 1913 para mejorar los cañones de las pistolas. (Con todo, nos cuesta librarnos de nuestros tradicionales cucharones de madera, ya sean de haya, compacto arce o artesanal olivo).
O echad un vistazo al horno microondas, un artefacto que sólo hace unos años podría pasar por un gadget de Star Trek: el estadounidense que lo creó, Percy Spencer, estaba trabajando inicialmente en sistemas de radar navales y se topó con una forma de cocinar completamente nueva, tal y como explica Bee Wilson en su libro La importancia del tenedor.
Con los alimentos sucede lo mismo. Si bien un desayuno típico compuesto por café, pan tostado, mantequilla, mermelada y zumo de naranja no ha evolucionado a lo largo de los últimos siglos (en Inglaterra se consume café desde la mitad del siglo XVII, naranjas para el zumo y mermelada desde 1290 y pan con mantequilla desde mucho antes), la forma de elaborar estos productos, empleando nuevas tecnologías, ha progresado de forma inaudita. Por ejemplo, no sé si habréis probado alguna vez una cafetera de sifón japonesa.
La mantequilla ya no está rancia ni dura, como la mayoría de la mantequilla que se tomaba antes. El pan de molde de pan integral se hornean en panificadoras automáticas. El café es de comercio justo.
Pero no sólo la forma en que tenemos de elaborar la comida nos indica en qué época y qué cultura estamos viviendo: también lo hace el volumen de las raciones diarias de comida que ingerimos. A continuación, algunas estimaciones en base a las asignaciones diarias que solían entregarse semanal o mensualmente. En algunos casos, la gente no recibía esta cantidad: las raciones sólo reflejan los objetivos de los gobiernos.
Un solado romano (27 a.J.C - 250 d. J.C.): 1,5 kg de trigo.
Un esclavo de galera italiana (XII): 700 g de galletas, 70 g de carne salada, 40 g de queso y 99 g de verduras.
Un marinero inglés (XIX): 454 g de galletas, 227 g de harina de avena, 454 g de cerdo o ternera, 28 g de mantequilla y 3,8 litros de cerveza (o 473 ml de ron).
Un soldado unionista (Guerra Civil Americana): 340 g de pan, 57 g de arroz o maíz molido, 500 g de carne salada, 85 g de judías, 57 g de azúcar, 14 g de sal, 15 ml de vinagre, 57 g de granos de café, 1 vela.
Un soldado británico (Primera Guerra Mundial): 454 g de galletas, 454 de carne salada, 85 g de queso, 227 g de verduras, 113 g de mermelada, 43 g de azúcar, 14 g de sal, 57 g de teé, 57 g de granos de café.
Un soldado australiano (Segunda Guerra Mundial): 85 g de galletas, 3 paquetes de cereales de trigo, 1 lata de atún, 1 lata de carne en conserva, 1 paquete de caremelos de menta y 1 paquete de cerillas.
Un civil británico (Segunda Guerra Mundial): 17 g de jamón, 17 g de bacon, 11 g de manteca de cerdo, 85 g de carne, 65 g de azúcar, 14 g de dulces, 7 g de mermelada, 8,5 g de mantequilla, 85, g de queso y 8,5 g de hojas de té.
Un soldado ruso (Guerra Fría): 99 g de galletas, 1 bote de carne en conserva, 1 bote de queso, 1 terrón de azúcar, 1 bolsa de té.
Un civil norcoreano (1970): 700 g de arroz y 8,5 g de carne.
Un civil cubano (2000): 99 g de arroz, 45 g de azúcar, 45 g de azúcar moreno, 227 g de plátanos, 227 g de patatas, 1 docena de huevos al mes, 1 litro de leche para los menores de 7 años.
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