Hace un tiempo os explicábamos que No alimentéis al 'troll'... aunque, por el bien de la humanidad, quizá habría que hacerlo. Pero aceptemos que los trolls, por lo general, son un incordio, unos más que otros (guiño, guiño, codazo, codazo).
Para combatirlos se ha desarrollado un algoritmo que los detecta desarrollado por Justin Cheng y sus colegas de la Universidad de Stanford.
Para concebir el algoritmo, previamente monitorizaron la conducta de usuarios bloqueados en tres páginas de mucho tráfico: CNN.com, el portar de noticias de política Breibart.com y la web de videojuegos IGN.com. Al comparar sus mensajes con los de otros posts no ofensivos, descubrieron que su legibilidad (medida con un test llamado Automated Readability Index) era más pobre y, además, la calidad empeoraba con el paso del tiempo.
Se analizaron un total de 1,7 millones de usuarios y 40 millones de mensajes a lo largo de 18 meses. Finalmente, los investigadores llegaron a la conclusión de que el estilo de los trolls es perfectamente predecible, y así podrían desenmascararse al instante entre el quinto y el décimo post.
Con todo, los desarrolladores temen los “falsos positivos” y acusar de troll a un usuario normal. Así que la intervención humana continúa siendo decisiva para, al menos, gestionar la decisión final a la hora de borrar el comentario del troll o directamente bloquearlo. Solo así se pueden preservar los modales en Internet y favorecer el intercambio sano de buenas ideas, sin menoscabar la libertad de expresión.
La razón de que existan tantos trolls en el mundo online y muchos menos en el mundo offline se debe a lo que los psicólogos llaman “efecto de la desinhibición online”. Este efecto es parecido al que se produce en las grandes aglomeraciones de gente, en las manifestaciones o en las turbas: la individualidad se diluye, aparece el anonimato… y las restricciones normales de la vida quedan atrás. En Internet todos somos nombres en una pantalla: no hay verdadera interacción, no hay miradas, ni gestos, ni inflexiones de voz.
A pesar de todo, debemos recordar una máxima cada vez que lidiamos con un troll: el trato vejatorio acostumbra a desacreditar al propio comentarista, no al que va dirigida la pulla. Además, poniéndonos perogrullescos, no insulta quien quiere sino quien puede. Y si el troll resulta tan pesado que entorpece de forma sustancial la conversación: bloquear. Y ancha es Castilla.
Vía | Wwwwhat´s
Imágenes | Pixabay
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