Hoy en día todo el mundo vuela, lo que ha convertido el acto de tomar un avión en algo sorprendentemente barato (incluso algunas compañías apuestan por ofrecer vuelos gratuitos, al menos indirectamente. Hoy en día hasta nos podemos permitir volar por placer, como ya navegamos con cruceros, por eso se están poniendo de moda otra vez los dirigibles y otros medios de transporte respetuosos con el medio ambiente: por ejemplo, mediante la energía solar.
En una fecha tan cercana como 1783, la única persona que volaba era una oveja llamada muy convenientemente Subealcielo.
Los responsables de que Subealcielo ascendiera a las alturas fueron los hermanos franceses Joseph-Michel y Jacques-Étienne Montgolfier, tan sólo seis meses después de que apareciera un artículo en el Journal de Paris en el que el astrónomo francés Jérôme de Lalande afirmaba sin que le dolieran prendas: “Es completamente imposible que el hombre se eleve en el aire y flote allí. Para ello serían necesarias alas de dimensiones enormes y tendrían que una tal cosa se realizara.”
Los hermanos Montgolfier no hicieron mucho caso de las palabras proféticas de Lalande, e inspirados por la imagen de que la ropa lavada que se secaba sobre el fuego era llevada hacia arriba por el aire, construyeron una cámara en forma de caja, con un delgado armazón de madera, y lo cubrieron con tela de tafetán. Tal y como explica Ian Crofton en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos:
Bajo el estrado en el que ésta descansaba encendió un pequeño fuego, y observó con satisfacción que la caja ascendía hasta el techo. Pronto se desarrollaron planes para un vuelo tripulado en un artefacto mucho mayor, pero había una cierta preocupación de que los humanos pudieran encontrar la alta atmósfera perjudicial para su salud.
A pesar de que los seleccionados para subir al cielo deberían haber sido un par de criminales, haciendo caso de la sugerencia del rey Luis XVI, finalmente se escogieron un pato, un pollo y una oveja llamada Montauciel (Subealcielo).
El 19 de septiembre de 1783, ascendieron hasta una altura de 460 metros, se desplazaron 3 km y aterrizaron vivos y completamente sanos después de un vuelo que se prolongó durante 8 minutos.
El primer vuelo tripulado humano no tardó en producirse, pues: el 15 de octubre, el médico Jean-François Pilâtre de Rozier ascendió en el aire en un globo de 23 metros de alto y 14 metros de diámetro. A sus veintinueve años, Rozier ya había demostrado sus dotes creativas inventando una máscara antigas y un soplete que utilizaba hidrógeno como combustible. Y ahora se había convertido en el primer aeronauta humano.
Probablemente muchos consideraron que el médico de marras estaba infringiendo algún tipo de ley divina, al estilo torre de Babel o Ícaro, al subir tan alto por medios artificiales. Como en su tiempo ocurriera también con los rascacielos, que no se construyeron hasta que se superaron por pudor, atrición y falta de ascensores los pináculos de las iglesias.
Fue en el centro lanero de Brujas donde se construyó por primera vez, el siglo XV, un edificio no religioso (el campanario de 108 metros en honor de la fabricación textil) que superara a uno religioso (la cercana catedral de San Donato). No se repetiría la hazaña hasta 1890, cuando la aguja de 86 metros de Trinity Church, al lado de la Bolsa de Wall Street, fue el edificio más alto de Nueva York: fue en ese año cuando se construyó un rascacielos que alojaría al New York World de Joseph Pulitzer. Podéis averiguar más sobre los rascacielos más altos del mundo, así como la invención del ascensor en: Los rascacielos más altos del mundo, el más alto del Europa, y el primero que se construyó (y por qué).
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