Sepultados por la erupción del Vesubio hace 2.040 años, una fuente de luz sincrotrón en el Reino Unido será utilizada para poder desenrrollar y leer una muestra de los conocidos Papiros de Herculano.
El uso de tinta de carbón es una de las principales razones por las que estos rollos han evadido el descifrado. A diferencia de las tintas a base de metal utilizadas para escribir documentos medievales, la tinta de carbón tiene una densidad similar a la del papiro carbonizado en el que se asienta. Por lo tanto, parece invisible en los escáneres de rayos X.
Aprendizaje automático
Dirigidos por el experto decodificador de artefactos antiguos, el profesor Brent Seales, de la Universidad de Kentucky, los científicos utilizarán Diamond, una poderosa fuente de luz. Diamond Light Source es la instalación nacional británica de radiación sincrotrón, utilizada para investigaciones científicas en varias disciplinas. Está situado en el Harwell Science and Innovation Campus. El anillo de almacenamiento, de 3 GeV entró en funcionamiento en 2007.
Además del uso del sincrotrón, se usarán otras técnicas para descifrar el contenido de estos papiros: debido a que los cuatro fragmentos contienen muchas capas y presentan una escritura visible y expuesta en la parte superior, proporcionarán los datos clave necesarios para desarrollar un algoritmo de aprendizaje automático que permitirá la visualización de tinta de carbón.
La herramienta de aprendizaje automático desarrollada amplificará esa señal de tinta al entrenar un algoritmo informático para reconocerla, píxel por píxel, a partir de fotografías de fragmentos abiertos que muestran exactamente dónde está la tinta.
Estos famosos papiros fueron descubiertos en 1752 en una antigua villa romana cerca de la Bahía de Nápoles que se cree que pertenece a la familia de Julio César. La mayoría de los 1.800 pergaminos residen en la Biblioteca Nazionale di Napoli. Su estado de conservación es excepcional en parte por las características del erupción del Vesubio.
Una apacible tarde como otra cualquiera, la del 24 de agosto del año 79, el volcán Vesubio estaba entrando en erupción, escupiendo las entrañas de la tierra a algo más de mil grados centígrados de temperatura. Se estima que la erupción alcanzó un poder unas quinientas veces superior al de la bomba lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. La lava alcanzó la ciudad a una velocidad de 110 kilómetros por hora, sin posibilidad de que nadie escapara. En apenas unas horas, todo había quedado cubierto de cenizas hasta una altura de seis metros. Tal y como explica en el libro ¡Mecagüen! Palabrotas, insultos y blasfemias:
Aquel flujo piroplástico sumió a Pompeya en el olvido durante siglos. Fue una tragedia pero, por contrapartida, aquel proceso conservó la ciudad como un insecto preservado en ámbar. Una ciudad detenida en el tiempo, encerrada en un bibelot, hasta que, en 1748, se comenzó a excavar en la zona y se descubrió el museo natural que allí yacía, si bien la ciudad no fue identificada como tal hasta mucho más tarde, en 1763. Se recuperaron unos mil quinientos cadáveres fosilizados, una ínfima parte del total de víctimas, entre las que se encontraba el célebre escritor y científico Plinio el Viejo, pero también herramientas, esculturas, viviendas… Goethe, un gran aficionado a visitar ruinas arqueológicas, se acercó en dos ocasiones Pompeya en 1787, y llegó a afirmar: “Muchas calamidades han ocurrido en el mundo, pero ninguna ha proporcionado más entretenimiento a la posteridad que esta”. Porque Pompeya, más que un resto arqueológico, era como un viaje en el tiempo.
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