Si examinamos a través de microscopio los surcos de un disco de vinilo de larga duración, descubriremos que en realidad parece colinas ondulantes. Lo que estamos viendo es una réplica extremadamente precisa de la forma que adquieren las ondas sonoras de un instrumento musical.
Sin embargo, la aguja que graba estos surcos es ligeramente distinta a la aguja que lee los surcos (descontando los cambios de temperatura y humedad del vinilo).
Así pues, el audio de un vinilo no puede ser más fidedigno que el registrado en un CD, por ejemplo, porque la música del CD está codificada en datos matemáticos. Un vinilo que aspirase a sonar como un CD es algo casi imposible, tal y como afirma Stanley Lipshitz, especializado en electroacústica y procesamiento de señales digitales en el Grupo de Investigaciones de Audio de la Universidad de Waterloo, en Canadá.
Tal y como leemos en ¿Sabíais qué...? de Bjorn Carey:
algunos puristas creen oír un sonido natural, vagamente descrito como “calidez musical”, en los vinilos. Lo que están oyendo, en realidad, son más bien las deficiencias del reproductor. Las ondas sonoras de los altavoces y el vaivén de la aguja sobre los surcos provocan una vibración en el LP. La aguja recoge estas vibraciones y las añade a la música, creando esa “plenitud” asociada a los LP.
Es decir, que en ocasiones la gente confunde el defecto con la virtud. Al menos en cuanto a vinilos se refiere.