En los primeros diez años del siglo XXI el número de personas conectadas a Internet en todo el mundo aumentó desde los 350 millones de individuos a más de 2.000 millones. Actualmente, la cifra ya supera los 2.400 millones de personas.
Pero la adopción de esta tecnología, inaudita por su velocidad de propagación (estamos hablando de solo diez años), no ha hecho más que empezar. Para 2025 se estima que la mayoría de la humanidad tendrá acceso a Internet. De hecho, ya estamos asistiendo a esta adopción por parte de personas que jamás diríamos que se conectan a Internet, desde guerreros masai hasta adolescentes en la Franja de Gaza.
Millones de mentes nuevas
A medida que aumenta la adopción de Internet, también lo hace la velocidad y la potencia de cálculo. La ley de Moore, en el 2025, predice que un ordenador será 64 veces más rápido que en 2013. La ley de los fotones, en cuanto a transmisión de información, predice que la cantidad de datos se duplicaran cada 9 meses.
Pero la más importante transformación no la predice ninguna ley: pasa por el salto cualitativo que darán personas que ni siquiera saben aún lo que es un smartphone, incorporando sus cerebros a la aldea global a fin de participar de la gran conversación 2.0. Tal y como exponen de manera entusiasta y profundamente optimista Eric Schmidt y Jared Cohen en su reciente libro El futuro digital:
Pronto estaremos todos conectados en la Tierra. Con los cinco mil millones más de personas que se van a unir al mundo virtual, el boom de la conectividad digital aportará beneficios en productividad, salud, educación, calidad de vida, y otras innumerables posibilidades en el mundo físico. Y esto será así para todos, desde los usuarios más elitistas hasta los que están en la base de la pirámide económica.
Cambio de paradigma
Nunca antes en toda la historia de la humanidad tanta gente de tantos lugares distintos del mundo ha tenido tanto poder al alcance de sus manos, ni se ha prodigado este poder de forma tan rápida, barata y eficiente. Falta muy poco, si no está ocurriendo ya, que prácticamente todo el mundo ya pueda contar, desarrollar, divulgar y tener contenido digitalizable en todas sus manifestaciones sin usar intermediarios y con un coste marginal próximo a cero.
Muchas sociedades se están saltando, de hecho, toda una generación tecnológica de golpe. Pasando de no tener teléfono (ni agua corriente ni electricidad), a disponer de un smartphone de bajo coste con el que acceder a Internet. Para que todos dispongamos de la imprenta de Gutenberg en 2.0 en nuestras propias manos.
En el escenario mundial, el impacto más significativo de la propagación de las tecnologías de la comunicación será la forma en que éstas ayudan a reubicar la concentración de poder lejos de los estados e instituciones y la transfieren a los individuos. A lo largo de la historia, el advenimiento de las nuevas tecnologías de la información a menudo ha fortalecido las sucesivas generaciones de gente a expensas de los poseedores tradicionales del poder, ya sea el rey, la iglesia o las elites. Por tanto, en la actualidad, el acceso a la información y a los nuevos canales de comunicación significa nuevas oportunidades de participar, de mantener el poder y de dirigir el curso de nuestra propia vida.
Ignoramos aún si todo esto repercutirá en un mundo mejor o no (también depende de cómo definamos mejor). Lo que queda meridianamente claro es que las modificaciones se están produciendo, y a una velocidad tan elevada que con cada pestañeo algo cambia de nuestro alrededor inmediato y del alrededor de todas las personas que pueblan el planeta. Adoptemos una postura optimista o pesimista, estamos viviendo tiempos interesantes, muy interesantes.
Imágenes | Pixabay
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