En la anterior entrega de este artículo os explicaba cómo, antes de que cristalizara la idea de propiedad intelectual (en parte por el nacimiento del capitalismo industrial), los premios que entregaba la RSA eran un estupendo incentivo para la investigación científica. En esta entrega os explicaré cómo los premios de la RSA está reinventándose en la era digital.
Hasta ahora, entendíamos que, por ejemplo, habida cuenta del enorme coste que supone el desarrollo de un nuevo fármaco, debíamos otorgar el beneficio de que las empresas farmacéuticas comercialicen sus medicinas en exclusiva, sin la competencia de “genéricos” durante alrededor de diez años. Sin embargo, este incentivo lleva aparejado un coste social enorme: no sólo tales fármacos resulta más caros durante ese período, sino que entorpece que otros investigadores sometan la formulación original a experimentación y la mejoren.
Es comprensible: sacar un medicamento al mercado, a no ser que sea homeopático (básicamente porque no importa si supera un ensayo clínico o no) es tremendamente costoso, y puede que finalmente nunca salga al mercado porque no supera el placebo, o porque acarrea efectos secundarios demasiado gravosos. De hecho, aunque funcione, puede que organismos como la FDA no aprueben el producto hasta transcurridos varios años.
Si no existiera la promesa de esa exclusiva, pues, la industria farmacéutica sencillamente no se arriesgaría. Aunque sea tan negativo a nivel social y científico conceder el monopolio artificial de una patente (por ejemplo, la industria prefiere invertir en la nueva Viagra que en una vacuna contra la malaria porque hay más consumidores potenciales ricos para la primera), lo asumimos porque, de otro modo, no habría investigación.
Sin embargo, para corregir esta situación extravagante, en mayo de 2011 Bernie Sanders, senador por Vermont, presentó dos proyectos de ley para la Innovación Médica y el Fondo de Incentivo VIH/SIDA. Es decir, premios de Sanders al estilo RSA y dedicados a la innovación farmacéutica sin los problemas que entrañan las patentes, tal y como explica Steven Johnson en su libro Futuro perfecto:
Y además, establecen que los ganadores de esos premios compartan sus innovaciones en modo de código abierto, renunciando a cualquier intento de patentar sus hallazgos. (…) Al crear un premio desorbitado para un producto de éxito (un tratamiento eficaz para el VIH/sida podría generar una recompensa de miles de millones de dólares), Sanders está buscando aumentar la red de organizaciones dedicadas a resolver el problema. Y al establecer que los hallazgos no estén atados a los monopolios artificiales que crean las patentes, estas iniciativas legislativas aumentan la red de personas que pueden dedicarse a mejorar y refinar tales hallazgos. Así, claro, las iniciativas legislativas también incluyen la obligación de lanzar las drogas al mercado con precio de genérico, cosa que beneficia tanto a los consumidores como a la industria de los seguros sanitarios.
Así pues, el escenario de los premios Sanders no tienen en cuenta al Estado, ni tampoco deja que el mercado resuelva el problema. Ni ideología de derechas, ni de izquierdas. Los premios Sanders toman la tangente, y usan el dinero y la publicidad del premio para incrementar la red dedicada a resolver un problema, propiciando que las soluciones que surjan puedan compartirse y “apilarse”.
Parte del encanto del planteamiento, de hecho, es que no depende exclusivamente del dinero del contribuyente: según el plan de Sanders, la industria de los seguros médicos aporta buena parte del dinero, aunque sea una minucia comparado con la vasta fortuna que se ahorraría si los nuevos medicamentos aparecieran en el mercado a precio de genéticos.
Lo más importante de todo es que tales premios solo se otorgarán a quienes publiquen sus hallazgos libremente, o que al menos otorguen acceso abierto. Podéis leer un poco más sobre las patentes en ¿Las patentes sirven para algo más que estorbar el progreso humano?
Desafíos incentivados
Afortunadamente proliferan cada vez más los premios estilo RSA. Lo cual es lógico teniendo en cuenta que vivimos en una época en la que la gente puede estar más conectada que nunca. Hace trescientos años, los científicos apenas se conectaban entre sí mediante relaciones epistolares o charlas de café. Ahora se pueden conectar todos los investigadores del planeta, en tiempo real. Si hace trescientos años los premios RSA tenían sentido, imaginad el sentido que adquieren ahora.
Por ello, ya podemos encontrar concursos de software como Apps for America. El Clay Mathematics Institute convoca premios dotados con millones de dólares a la solución de siete problemas matemáticos del “Milenio”. El primero de ellos se concedió al ruso Gregory Perelman, que lo rechazó. Hay premios, además, glamurosos, como los concedidos por la organización sin ánimo de lucro Fundación X Prize.
Challenge.gov interrelaciona todos los desafíos incentivados disponibles en un momento dado en la administración de Estados Unidos:
En la actualidad, la web presenta una lista de cientos de desafíos activos de todo tipo, desde el desarrollo de nuevos estropajos para limpiar combustible, patrocinado por las fuerzas aéreas, a un concurso de “Apps Saludables”, patrocinado por el ministerio de Sanidad.
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