Internet ha dejado al descubierto hasta qué punto los modernos experimentos de ciencia conductual tenían razón: somos seres sociales, nos atenemos a los valores de nuestra cultura concreta y, sobre todo, seguimos las convenciones y normas sociales del grupo porque ello nos proporciona sentimiento de identidad. Aunque eso suponga un coste individual. Es decir, que no solo el dinero y el egoísmo simple nos empuja a hacer las cosas, sino también (y sobre todo) el deseo de causar buena impresión a los demás, el miedo a perder nuestra reputación y la necesidad de formar parte de un grupo con el tamaño de una nación o la de un equipo de fútbol o una comunidad de vecinos.
O todo el planeta, como está empezando a permitir internet.
Y por eso, tras el advenimiento de internet, estamos asistiendo a una serie de fenómenos que hace apenas una década nos resultarían inverosímiles, una tonta utopía concebida por un discípulo de Rousseau con pinceladas del hippie de Thoreau. A pesar de las voces agoreras que advierten del desplome generalizado de los valores morales o la puesta en escena de un egoísmo y una avaricia ilimitados por parte de algunas castas financieras, el mundo parece ser un lugar cada vez más empático, más concienzado con las causas que afectan a otros y mucho menos violento.
Gracias a internet, estas fuerzas civilizadoras parecen estar acelerándose y llegando a finisterres que donde lo único que podía decirse era algo similar a “Winter is Comming”.
La tecnología, al final, es quien nos salvará, porque está incrementando los valores humanos más allá de sus propios límites. Cuando Shoshana Zuboff escribía en la década de 1980 el profético libro In the Age of the Smart Machine, advirtiendo que los ordenadores suprimirían las jerarquías de las organizaciones, otorgando el conocimiento (el poder) al pueblo, todavía no existía internet. Y nadie, ni siquiera ella, pudo pronosticar hasta qué medida este punto acabaría siendo cierto, junto a una distribución global de información jalonada de terminología novísima pero ya cristalizada en todas las culturas del mundo, como YouTube, la Nube o Anonymous.
Internet fue lo que permitió que un vendedor de fruta que se prendió fuego en un mercado de Túnez inaugurase la llamada primavera árabe. Y también ha construido la siguiente lista de cosas, todas ellas difícilmente predecibles hasta por los autores de ciencia ficción más imaginativos.
1. Subtítulos SRT
Existe una pléyade de traductores y subtituladores que colaboran entre sí (e incluso compiten en calidad, divididos en varias facciones) que permiten que todos nosotros podamos ver las películas, series, documentales y conferencias de casi cualquier país del mundo sin ser esclavos de la rentabilidad de las televisiones o productoras patrias.
Si Wikipedia ha democratizado el conocimiento generándose desde la propia ciudadanía, la ficción audiovisual ha derribado todas las fronteras idiomáticas gracias a sitios como opensubtitles.org y sus miles de fansubers. Gracias a ellos, todos descubrimos con un decalaje de pocos minutos que el secreto de la serie Lost era un tapón como de bañera gigante.
Así ha nacido el SRT, el que nos permite ver anime que nunca llegará a España, y que, a pesar de las trabas legales, las demandas por infringir los derechos de autor,** continúa su cruzada**, difundiendo la palabra de forma colaborativa y, generalmente, sin ánimo de lucro. Usando técnicas OCR, SubRip puede extraer el texto y los tiempos de sincronización de archivos de vídeo DVDs, para posteriormente, guardalo en formato SubRip (.srt). En 1999 el programador francés Brain comenzó el proyecto SubRip. La primera versión fue SubRip 0.5 beta lanzada el 3 de marzo de 2000.
Algunas traducciones son mejores que otras, pero determinados grupos prefieren sacrificar algunas faltas de ortografía si con ello logran la inmediatez, flexibilidad y adaptabilidad. Al más puro estilo Wikipedia.
En la siguiente entrega de esta serie de artículos seguiremos enumerando más de una docena de cosas que creías imposibles hace diez años.
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