Ansiedad, hormonas y pérdida de peso: la ciencia te da las claves para no engordar con el estrés

Las situaciones de estrés afectan de muy diversa forma a las personas. Una de las manifestaciones más conocidas y molestas es, sin duda, la ganancia de peso que sufren algunas de ellas.

Aunque la cuestión es compleja, podríamos identificar tres razones principales que explican por qué para algunas personas el estrés significa engordar. Estas tres razones, además, permiten tener una visión más pormenorizada y, por tanto, más facilidad a la hora de aplicar posibles soluciones.

La hormona del estrés: la culpa es del cortisol

La primera de las razones, relacionada de manera directa con las otras dos, es la hormonal. Cuando nos encontramos ante una situación de estrés, independientemente de su origen, nuestra glándula suprarrenal comienza a segregar cortisol. Esta hormona esteroidea tiene como principales funciones activar algunos mecanismos de defensa.

Entre ellos, está el liberar azúcar en sangre, aumentando la glucemia. El objetivo es mantener un suministro constante de azúcar en el cerebro, así como disponer de todo el potencial energético dispuesto ante cualquier contingencia. Como consecuencia, el cortisol contrarresta a la insulina, inhibiendo su función anabólica.

Por tanto, al aumentar la concentración en sangre de azúcar se activan los mecanismos de almacenamiento de grasas y glucógeno hepático, como respuesta a medio plazo. En este proceso, también se activan otros engranajes que lanzan señales de hambre, lo que ayuda a acumular más grasas. Se estima que este mecanismo ha evolucionado como protección ante situaciones estresantes y complejas a corto y medio plazo.

Sin embargo, a largo plazo puede resultar contraproducente ya que mantiene una glucemia y, con ella, una capacidad de almacenamiento y peor gestión de grasas y azúcares. Por ello, a nivel metabólico, el cortisol producido por el estrés dispone al cuerpo a acumular más fácilmente grasas.

La hormona no sería nada sin el comportamiento

Desde hace algunos años sabemos que el estrés hace que algunas personas tiendan a consumir ciertas sustancias ricas en grasas y azúcares en mayor cantidad. En parte, esto se explica por la respuesta de recompensa que surge de consumir este tipo de sustancias palatables, agradables y también muy densas energéticamente.

En cualquier caso, este cambio de comportamiento es una cuestión crucial. Ningún cambio metabólico, por sí mismo, tendrá un efecto permanente si no es acompañado por el contexto. Para coger peso, una persona necesita ingerir más. Esto mismo ocurre cuando estamos bajo una situación de estrés: nuestros niveles de cortisol son altos, y la ingesta cambia, permitiendo que se acumule más grasa, más rápidamente.

Para más inri, bajo circunstancias de estrés, estos alimentos, ricos en grasas y azúcares, se vuelven más apetecibles y menos saciantes. Y no solo cambia la ingesta. Ante situaciones de estrés cambia nuestro patrón de comportamiento completo: podemos tender a una menor actividad física, a comportamientos semidepresivos o a cambios en contra de nuestro estilo de vida importantes.

El descanso también juega una mala pasada

Otra cuestión que conocemos bien es la relación existente entre el sueño y la obesidad. Cuando no dormimos bien podemos provocar que nuestro cuerpo sufra una serie de problemas de origen metabólico. Tras estos problemas se encuentra la forma que tiene nuestro cuerpo de procesar cosas tan básicas como la energía. En otras palabras, y resumiendo, no descansar aumenta el estrés que sufrimos.

Un descanso adecuado, con un sueño de calidad, ayuda a mejorar la tolerancia a la glucosa. Esto significa que, con un patrón regular de sueño, si este es de calidad, los picos de glucosa no se producen de manera tan brusca. En general, unos niveles de tolerancia a la glucosa aceptables permiten que el metabolismo al completo reacciones sin brusquedad, adecuándose a la glucemia disponible en sangre.

Esto desemboca, sin más remedio, en reducir las oportunidades de sufrir sobrepeso, obesidad o diabetes y, también, a perder peso, tal y como muestran los estudios. Por el contrario, no dormir bien significa más estrés, peor gestión emocional, más irritabilidad y hasta problemas como la depresión. Por otro lado, el estrés impide un buen descanso.

De nuevo, el cortisol juega en contra de dormir profundamente ya que mantiene el cuerpo y la mente activos, preparados para reaccionar. El estrés, en general, provoca una sensación de inquietud y malestar debido a los altos niveles hormonales, la tensión muscular y el estado de alerta. Esto, obviamente, ayuda a que aumenten aún más los niveles de estrés. De esta manera, se cierra un círculo de tres vías por las cuales el estrés potencia la ganancia de peso.

Lidiar con el estrés y la ansiedad

Como consecuencia del estrés, estas tres vías de las que hablábamos se cristalizan en el estado que llamamos ansiedad. ¿Se puede mitigar, en parte, las consecuencias de esta? Sí. Para ello deberemos poner algunas medidas al respecto. Entre ellas está la organización. Nada como un poco de disciplina y una rutina para evitar hacer asaltos selectivos al frigorífico.

Por otro lado, dentro de la organización nos toparemos con qué debemos comprar y almacenar. Si evitamos hacernos con comida de bajo nivel nutricional será más fácil no dejarnos llevar por el ansia.

Esto también nos servirá para llevar una alimentación saludable y más productiva en esta situación de estrés. También podemos añadir algo de movimiento a nuestra vida, potenciando el ejercicio, (aunque sea en casa).

También viene bien que aprendamos a diferenciar entre el hambre y el hambre derivada del estrés. La organización, de nuevo, puede ayudarnos a ello. Gestionar el momento es importante, para lo que podemos usar técnicas de relajación, practicar algo de yoga o buscar elementos de distracción. Lidiar con el estrés y la ansiedad no es fácil, pero con un poco de trabajo previo y voluntad, se pueden conseguir pequeños pero importantes logros.

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