Hasta hace bien poco, en una remota región de la República Dominicana llamada Salinas de unos 4.300 habitantes se asignaba el sexo femenino de manera incorrecta a uno de cada noventa niños. Estos niños eran criado como niñas. Y entonces, al llegar a la pubertad, estos niños cambiaban de sexo y se convertían en chicas.
Este fenómeno de cambio de sexo espontáneo era tan corriente en Salinas que sus habitantes hasta tenían un nombre para él: guevedoche (pene a los doce). Y es que literalmente les surgía pene y les bajaban unos testículos.
En Papúa Nueva Guinea, en la otra parte del mundo, sucede algo muy similar. Existe una tribu de cazadores y horticultores llamada sambia que se refieren a esos niños que cambian de sexo como kwolu-aatmawol (transformado en masculino).
En todos estos casos de conversión sexual espontánea, a los niños les faltaba una enzima llamada 5-alfa-reductasa que causa una deficiencia de DHT. El DHT o dihidroxitestosterona es lo que hace crecer los genitales en el feto. Sin DHT, es sólo la testosterona la que se encarga de masculinizar al niño en la adolescencia, surgiendo así lo que se conoce como pseudohermafroditas masculinos.
Todos los guevedoche, pues, tienen la misma mutación genética debido a que su ascendencia puede remontarse a una mujer llamada Altagracia Carrasco. La misma enzima está ausente en los kwolu-aatmawol de Sambia.
¿Prueba esto que las hormonas son más importantes que la educación a la hora de desarrollarse una identidad de género? Lo cierto es que los aldeanos de las Salinas no consideran a los guevedoche como masculinos o femenino, sino que los engloban en una tercera categoría, un tercer sexo, refiriéndose a ellos a veces como machi-hembras.
El concepto de tercer sexo o un tercer género se usa también para describir a los hijras de India y Pakistán, los mahu de la Polinesia, los muxe Zapotecas de México y las vírgenes juradas de los Balcanes.
¿El sistema de dos géneros sexuales no es tan innato ni universal como creemos?
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