Libre mercado: Altruismo, egoísmo y cooperación científicos (I)

Libre mercado: Altruismo, egoísmo y cooperación científicos (I)
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La pregunta está de actualidad debido a la crisis económica mundial. ¿El Estado debe intervenir para regular la economía? ¿O la economía se regula por sí misma?

Thomas Hobbes sostenía que las leyes de naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a otros lo que quieras que otros hagan para ti) son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes. Así pues era necesaria una instancia superior que nos supervisara.

En el especto opuesto está Adam Smith y su laissez faire. La frase "laissez faire, laissez" es una expresión francesa que significa "dejad hacer, dejad", refiriéndose a una completa libertad en la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos. Fue usada por primera vez por Jean-Claude Marie Vicent de Gournay, fisiócrata del siglo XVIII, contra el intervencionismo del gobierno en la economía.

Obviamente, hasta que la ciencia no logre penetrar en los entresijos de ambas posturas, cualquier opinión al respecto es discutible y, sobre todo, relativa. Cualquier postura podría ser válida y no serlo, dependiendo de las circunstancias. Por eso los expertos en economía son capaces de emitir juicios diametralmente opuestos y quedarse más anchos que un catedrático.

Pero ¿hasta dónde ha llegado la ciencia respecto a estos dos modelos? Quizá no muy lejos. Pero al menos lo suficiente como para empezar a vertebrar una moral basada en ella. En la ciencia.

Tal empiece a ser apremiante dejar atrás modelos morales ingenuos y disneynianos basados en la religión, los valores indiscutibles fundados en ideologías políticas o en el miedo y el castigo. Si la gente tuviera unas razones pragmáticas para respetar al prójimo, unas razones que le beneficiaran de algún modo (no podemos olvidar que somos fundamentalmente egoístas), entonces la gente escogería racionalmente ser cooperador o altruista.

Dejar la cooperación y el altruismo sólo a las buenas palabras o a las disposiciones biológicas o los instintos naturales es un error. La teoría del buen salvaje no funciona. La civilización es necesaria. La educación, también. Pero en actualidad la gente evita ser más egoísta de lo que es por miedo: miedo a las represalias sociales, políticas o penales. Pero, claro, cualquier represalia puede ser evitada: de ahí que muchos actúen impunemente. Y otras represalias no son suficientes cuando uno, por ejemplo, necesita comer o comprar un coche que la publicidad le ha endilgado: de ahí que muchos transgredan la ley a pesar de que se juegan ir a la cárcel.

Estoy simplificándolo mucho (servidumbres de escribir en un blog). Pero quedaos con la idea general.

Sin embargo, la gente podría decidir ser altruista y cooperativa en más ámbitos de la vida, eligiéndolo libremente, con convicción, si se le demuestra con pelos y señales que estos comportamientos no sólo son mejores para los demás o para el sistema sino para alimentar su propio egoísmo. Ahí es donde la ciencia podría participar. Y por ello, pese a lo impopular que suena, confío más en una moral basada en los conocimientos científicos sólidos (tanto para legislar para el aborto como para el tema que nos ocupa) que otra derivada de ideas surgidas hace siglos.

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