Habida cuenta del éxito del artículo Un puñado de cosas que no sabías sobre Australia: arañas desconocidas, explosiones nucleares y gigantescas reservas de oro, no puedo resistirme a acompañaros a otro tour por ese gran desconocido que es Australia. En esta ocasión os hablaré de su naturaleza exageradamente hostil, de personas que sólo saben contar hasta cinco y de una invasión de conejos que amenaza a todo el país.
El país se nos antoja un lugar civilizado, un entorno natural paradisíaco de playas turquesas y contaminación casi inexistente habitado por gentes con un nivel de vida razonablemente alto. Australia está lejos de todo, como un paraíso.
Pero, según cómo lo miréis, Australia también puede ser un pequeño infierno, un país extraordinariamente letal. Y no estoy hablando sólo de las playas o los bosques, incluso en ciudades grandes como Sydney os puede rodear el peligro constantemente. El peligro local de Sydney, por ejemplo, es la araña de tela de embudo, el insecto la araña más venenosa del mundo (de la cual ya os adelantaba algo en el anterior artículo). Por suerte, en 1981 se descubrió el antídoto para su picadura, y desde entonces no ha habido más muertes. Pero su ponzoña actúa con gran rapidez y hay que tratarla inmediatamente. La araña de tela de embudo tiene apenas 4 centímetros, es redonda y peluda, y precisamente por eso da más miedo: puede colarse por cualquier sitio sin llamar vuestra atención.
También son extremadamente venenosas otro tipo de arañas, las arañas de cola blanca, de la que se registran centenares de picaduras al año y más o menos una docena de muertes. Nadie sabe por qué las arañas pueden ser máquinas de matar tan destructivas, como si su enemigo natural fuera el dinosaurio o algo de similar envergadura, como Godzilla.
El resto de Australia es todavía más letal. Catorce especies de serpiente australiana son mortales, entre ellas la serpiente parda occidental, la víbora de la muerte del desierto, la serpiente tigre, el taipán y la serpiente marina de vientre amarillo. El taipán es la serpiente más llamativa, y también la más venenosa de la tierra: su veneno es cincuenta veces más mortífero que el de la cobra, la segunda en el podio. A Dios gracias, del taipán sólo se ha registrado un ataque mortal, en Mildura, en 1989. Pero las estadísticas poco tranquilizan ante la posibilidad de encontrarte de frente con una serpiente que mide un metro y medio y es tan gruesa como la muñeca de un hombre.
Bill Bryson, en Las antípodas, expone de esta forma algunos de los peligros de la naturaleza australiana:
Le hablé del casuario, el ave corredora de tamaño humano que vive en los bosques tropicales, con una garra como una navaja en cada pata que diestra e implacable puede abrirte en canal: y de las serpientes verdes arborícolas, que cuelgan de las ramas y se confunden tanto con el follaje que no las ves hasta que se te han pegado a la cara. Le mencioné también el pulpo de anillos azules, pequeño pero espantosamente venenoso, cuya caricia representa una muerte instantánea; y la elegante pero irritable raya eléctrica, que se desplaza por el agua como una alfombra voladora descargando 220 voltios de electricidad sobre cualquier estorbo que encuentre en el camino; y el pez piedra, malvado y perezoso, llamado así porque es imposible distinguirlo de una roca, pero con la diferencia de que los doce aguijones que tiene en la espalda son tan afilados que pueden atravesar la suela de una zapatilla de deporte, inyectando a la desventurada víctima una miotoxina de un peso molecular de 150.000. (…) Entonces le hablé del temido cocodrilo de agua salada que se esconde en las lagunas tropicales, los estuarios o las bahías como ésta, y sale del agua de vez en cuando para arrastrar y devorar a los transeúntes confiados.
Y si no te matan los animales más letales del mundo, si no te sientes perseguido por un molusco asesino mientras paseas por la playa, si no se te zampa un cocodrilo aparecido de la nada a la velocidad que tardas en pestañear, entonces quizá sean las traicioneras corrientes marinas las que acaben contigo, o tal vez sea el sol asfixiante y abrasador del interior de Australia: es el lugar más seco, llano, caluroso, árido y climáticamente agresivo de todos los continentes habitados.
Sólo la Antártida es más hostil a la vida, pero es que en algunos puntos del continente antártico no llueve desde hace dos millones de años: zonas que irónicamente se denominan “oasis” y que se usaron por la NASA para llevar a cabo sus pruebas para la misión Viking hacia Marte. Así pues, si decidimos ir a un lugar donde viva gente, Australia gana: es un sitio donde el borreguito de Norit temería por su integridad física y moral.
Por la geografía australiana también os podéis encontrar con los aborígenes, que como suele decirse, es para darles de comer aparte. Son los antiguos pobladores del país, viven en su propio mundo cultural y apenas logran insertarse en la sociedad moderna, malviviendo en trabajos basura o a base de subsidios. Entre tantas otras creencias extrañas, los aborígenes australianos consideran signo de mal augurio dirigir la palabra a la propia suegra.
También cuentan con un sistema de numeración muy simple, propio de Barrio Sésamo: uno, dos, tres, cuatro, cinco y… muchos. Pero una faceta realmente interesante de los aborígenes es que para orientarse por la geografía, en el pasado, no emplean un mapa visual sino un mapa de sonidos, melómano, un auténtico mapa de canciones. Una sucesión de ciclos repetitivos que identificaban las marcas del paisaje por las que tenían que pasar para llegar a su destino cuando emprendían un viaje por el outback, el árido y desconocido interior, en el que puedes extraviarte en cualquier momento.
En estas canciones iban apareciendo rocas, ríos, plantas, animales… y se explicaba cómo los elementos de la tierra fueron creados durante el llamado Tiempo de los Sueños, el tiempo donde los gigantes, los héroes y los monstruos caminaban por la tierra. Como el que canta mientras cruza un bosque tenebroso para espantar el miedo, mediante sus canciones los aborígenes eran capaces de cruzar Australia sabiendo siempre hacia dónde se dirigían. Como en un musical de Broadway. Lo que no sé es si las canciones también les servían para localizar, asustar o aburrir soberamanete a toda la fauna letal que se pasea por el outback.
Ah, y no nos podemos olvidar de la invasión de conejos que amenaza a todo el país. Todo empezó por culpa de un colono inglés llamad Thomas Austin, que liberó 24 conejos en su granja de Australia en 1859.
En sólo 10 años, había tantos conejos en Australia que ni siquiera una matanza selectiva de 2 millones de ejemplares hizo mella en la población.
En 1950 se introdujo el virus de la mixomatosis para acabar con ellos. Entonces ya existían 1.000 millones de conejos: la expansión más grande de mamíferos jamás registrada. Una octava parte de todos los mamíferos nativos australianos y un número incalculable de especies de plantas desaparecieron debido a la pérdida de sus hábitats (los conejos acabaron con la hierba y eso provocó la erosión del terreno).
Los conejos supervivientes de aquel virus se hicieron inmunes. De modo que, en 1995, se introdujo otro virus: la enfermedad hemorrágica del conejo. Pero tampoco funcionó y actualmente hay 100 millones de ejemplares, y siguen creciendo en número.
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