Cada vez disponemos de más evidencias de que castigar es menos eficaz que premiar, si lo que pretendemos es que alguien encuentre incentivos para hacer algo que no le apetece (sobre todo cooperar y mirar por el bien común antes que por el propio). Lo de que la letra con sangre entra debería sustituirse por algo así como “la letra con premio entra”, aunque también hay que tener en cuenta en qué cultura estás viviendo.
Uno de los estudios más completos al respecto fue el realizado por Benedikt Hermann, Christian Thöni y Simon Gätchter, que estudiaron el comportamiento de personas de 16 ciudades, desde Boston y Bonn hasta Riad, Minsk, Nottingham, Seúl y otras.
En el estudio, se ofrecía a los participantes una serie de fichas que se podían guardar para uno mismo o para ponerlas en un “bote” común que ofrecería un interés extra que sería compartido a partes iguales entre todos los jugadores. Tras diez vueltas de juego, 1.200 estudiantes universitarios de clase media de Boston y Copenhague contribuyeron con 18 fichas de media cada uno. Los de Atenas, Riad y Estambul, con 6. Tal y como lo explica el biólogo de Harvard Martin A. Nowak en su libro Supercooperadores:
El comportamiento variaba drásticamente cuando se ofrecía a los jugadores la capacidad de castigar a otro llevándose los vales. Como el trabajo anterior había mostrado, los jugadores deseaban empezar con un vale propio para castigar a los poco inversores o a los gorrones que habían explotado a otros. Pero en la versión internacional de este juego surgieron curiosas diferencias nacionales. Cuando se castigó a los gorrones por poner sus propios intereses por delante del bien común en países como Estados Unidos, Suiza y el Reino Unido, los gorrones aceptaron su castigo y se hicieron más cooperativos y las ganancias del juego aumentaron con el tiempo. Sin embargo, en países como Grecia y Rusia, los gorrones querían retribución.
Los resultados, además, coincidían con las normas cívicas y legislativas de los países estudiados. Los países en los que se inculca la cooperación pública y la gente tiene confianza en la policía y en las instituciones, normalmente se huye de la venganza. En los que la ley se percibe como inefectiva, la venganza prospera más.
De manera significativa, el trabajo también revelaba que el castigo no siempre incrementa la cooperación en rondas subsiguientes de los juegos internacionales. En alrededor de la mitad del conjunto de participantes se permaneció en el nivel inicial, y cuanto mayor era el nivel de castigo antisocial en un grupo participante, más baja la tasa de incremento en la cooperación.
Estas tendencias, en algunos casos, parecen tiener una herencia histórica. Por ejemplo, en los países sureños o donde se tiene la sensación de que la ley es ineficaz, la gente suele ser más individualista, se rige más a menudo por su propia ley, como podéis leer en La cultura del honor: lo que pasa cuando te llaman gilipollas. Tal y como explica ampliamente Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro, las culturas más aisladas son las más propensas a comportarse de ese modo, o sociedades ganaderas en las cuales el robo de bienes era algo común y por lo tanto la cultura de la venganza violenta estaba muy presente.
Foto | Spielautomat Rotamint 1960 (CC)
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