La historia de la astronomía está llena de descubrimientos trepidantes. Como el que llevó a cabo Karl Jansky en 1931, permitiéndonos contemplar el universo de una forma nunca antes vista.
En 1931, Jansky tenía 26 años y trabaja para los Bell Telephone Laboratories, en Nueva Jersey. Jansky tenía una existencia bastante normal, hasta que un día se le pidió que resolviera un problema que afectaba a la recepción telefónica con el extranjero.
Las llamadas al extranjero, todavía muy inestables, solían perderse a causa de un silbido estático regular y muy molesto que nadie era capaz de eliminar.
Jansky y otros sabían cuál podía ser en parte la causa del ruido. Los relámpagos, por ejemplo, eran ciertamente parte del problema, pero estas interrupciones debían llegar en su mayoría en ráfagas, y ocurrían más o menos en el mismo momento en que un relámpago iluminaba el cielo. Este crujido era algo totalmente diferente.
Para identificar y resolver el problema, Jansky construyó una enorme antea direccional que montó en una pila de ruedas de un Ford modelo T, lo cual le permitía apuntar a diversos puntos del cielo y establecer al menos la dirección general de donde provenía el ruido.
Poco a poco, Jansky fue descartando posibles agentes de los ruidos: primero las interferencias atmosféricas (humedad, temperatura, etc.), luego la energía procedente del Sol… hasta que se dio cuenta de algo.
Ese pertinaz ruido hacía puntas cada 23 horas y 56 minutos. Es decir, la duración exacta que necesita la Tierra para girar sobre su eje una vez completa. Y justo cuando la interferencia estaba siendo más intensa, su antena apuntaba justo hacia la constelación de Sagitario. Es decir, más o menos el centro de la Vía Lactea.
Jansky se dio cuenta de que el ruido procedía del centro mismo de la galaxia, de unas poderosas ondas de radio emitidas por estrellas, nubes cósmicas y todas las demás aglomeraciones de materia que conforman el cosmos local. Hasta aquel momento, la luz visible (sólo una diminuta banda del amplio espectro electromagnético que incluye a los rayos X, a los rayos gamma, los microondas y otros) había sido la única forma de estudiar el espacio, lo que era un poco como estar a tres pasos de una puerta e intentar adivinar qué hay al otro lado mirando por el ojo de la cerradura.
Lo que hizo Jansky, pues, fue abrir la puerta de par en par, permitiéndonos observar el universo de una forma en la que podíamos atesorar un flujo de información incomensurablemente mayor, dando lugar a gran parte de la gran astronomía que se ha llevado a cabo desde entonces.
Y todo gracias a un molesto ruido que nos impedía hacer llamadas al otro lado del charco.
Vía | Simplejidad de Jeffrey Kluger
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