Qué duda cabe que la información científica debe transmitirse entre científicos a través de textos revisados por pares y publicados en revistas académicas (si son del rango Q1, mejor que mejor) a fin de que todo el proceso transmita confianza, fiabilidad y exactitud.
Pero ¿cómo hacer llegar algunas de estas conclusiones alcanzadas en un paper al público general? Con independencia de el matiz que introduzcamos en la respuestea a esta cuestión (y que tiene que ver con nuestra acepción de "popularización" y "vulgarización"), lo cierto es que hace 400 años nacieron los primeros científicos que ya quisieron hacer accesible el conocimiento a la gente (aunque fuera usando algunas técnicas retóricas y persuasivas).
Técnicas persuasivas
Uno de los primeros grandes divulgadores y científicos de la historia fue el astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630), figura clave en la revolución científica, y conocido fundamentalmente por sus leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol.
Kepler decidió poner en la portada de su libro Stella nova (Nueva estrella, 1606) la imagen de una gallina picoteando el suelo de una granja, con el lema ("buscando en el estiércol, encuentra un grano"), pues estaba comprometido en la labor de buscar hechos objetivos, pero también en la labor de transmitirlos: por ello, adoptó muchas de las técnicas retóricas que se usan actualmente en la divulgación más popular:
- Un relato aparentemente prolijo en detalles irrelevantes pero que contextualizan y aproximan al lector al hecho narrado (el carbón encendido con el que leía sus instrumentos en la noche del 19 de febrero). Este recurso es lo que Roland Barthes llamó "el efecto de la realidad".
- La determinación de informar de los fracasos tanto como de los éxitos como forma de mostrar el proceso de ensayo y error, el trasnfondo épico de alcanzar una cima.
- La insistencia en implicar al lector como si estuviera realmente presente (aquí nos presenta incluso a su esposa, como si estuviéramos visitando su casa, y que esta le replica en alguna que otra ocasión, como podemos leer en el siguiente fragmento, a propósito de que el universo pudiera ser fruto del azar):
Ayer, cuando me hube cansado de escribir y mi mento estaba llena de motas de polvo de penar acerca de los átomos, me llamó a cenar y me sirvió una ensalada. Con lo cual le dije: "Si lanzáramos al aire los platos de peltre, las hojas de lechuga, los granos de sal, las gotas de aciete, vinagre y agua y los gloriosos huevos, y todas estas cosas permanecieran allí por toda la eternidad, entonces ¿acaso esta ensalada caería toda junta por azar? Mi beldad contestó: "Pero no en esta presentación, ni en este orden).
En el siglo XIX, este tipo de narración se convirtió en el ideal del historiador, pero en el siglo XVII no era el historiador, sino el científico, el que aspiraba a esta suerte de realismo y proximidad, con Kepler a la cabeza. Kepler tenía el interés en relatar esta historia con el fin de convencer a sus lectores de que sus mediciones eran precisas, en vez de usar sencillamente las matemáticas o las evidencias científicas. También trataba así de que la aridez de los datos fuera más digerible.
Con todo, Kepler aún no hizo uso del humor, de la carcajada (aunque el comentario de su esposa destilara cierta ironía) a fin de evitar que el rigor se convirtiera en rigor mortis. Algo en lo que descatarían otros grandes divulgadores, más tarde, e incluso grupos de cómicos como los Monty Python (y un sinfín de otras personas conectadas de una u otra forma con sus integrantes, como podéis ver en el siguiente vídeo):
Así pues no parece ya tan singular que Somnium sive Astronomia lunaris Joannis Kepleri (El Sueño o Astronomía de la Luna de Johannes Kepler) fuera una novela de ficción escrita en latín Kepler en 1608, considerada por muchos como la primera obra de ciencia ficción de la historia, aunque tanto su título como elementos de su trama coinciden con los de una obra de 1532 del humanista español Juan Maldonado.