¿Y si el Sistema Solar tuviera el tamaño de una moneda?

¿Y si el Sistema Solar tuviera el tamaño de una moneda?
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En mi adolescencia, cuando soñaba con convertirme en un reputado escritor de ciencia ficción, imaginé una historia que nunca llegué a escribir: una máquina miniaturizaba a un escuadrón de soldados hasta un tamaño microscópico, y éstos eran depositados en la cara de una moneda.

Para ellos, la moneda era una superficie gigantesca, con formaciones geológicas que eran el relieve de la moneda. La aventura consistía en llegar al punto de rescate, en el centro de la moneda.

En fin, menos mal que nunca escribí semejante engendro. Pero leyendo El fin de la ciencia de Manuel Lozano Leyva me ha hecho especial ilusión encontrarme con una de esas analogías que se emplean para asimilar el tamaño mastodóntico del universo. Concretamente del Sistema Solar. Y me ha hecho ilusión porque empleaba una moneda, como si se agigantara hasta tener el tamaño de Nuestro Sistema Solar.

Bajo el supuesto de una moneda de un céntimo de euro tiene un diámetro de algo más de un centímetro, debemos imaginar que la órbita de Plutón tiene el tamaño de la moneda. El Sol sería un grano microscópico en el centro.

De trescientos a cuatrocientos mil millones de estrellitas de éstas separadas en promedio de unos diez metros ocuparían una región como media España aunque con límites muy difusos. Ésa sería la Vía Láctea, la galaxia a la que pertenecemos. La galaxia vecina, Andrómeda, estaría a más de veinte mil kilómetros de distancia, o sea, allá por Australia o la Antártida.
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El tamaño de las cosas, reducidos a los confines de una moneda/Sistema Solar, resulta imposible de imaginar. Pero la cosa aún se pone más difícil si el tamaño de la moneda equivale al tamaño de una galaxia. Entonces todo adquiere una dimensión desquiciada, como continúa Leyva:

Nuestro mundo, o sea, el universo, sería como una esfera cuyo diámetro tendría el tamaño de Madrid lleno de otro centenar de miles de millones de moneditas separadas cada una un metro de promedio. No estaría uniformemente distribuidas, sino formando especies de panales de abejas, o sea, agrupadas en una estructura fibrilar envolviendo grandes cavidades vacías.

El universo es enorme. Pero también enorme e inconcebible resulta la pequeñez de las partes que nos constituyen a todos. Bajemos al mundo de las moléculas, por ejemplo. Si las moléculas de un vaso de agua tuvieran el tamaño de perlas, todas esas perlas cubrirían Europa desde Cádiz hasta los Urales formando montañas mucho más altas que las del Himalaya.

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