La idea está ya cristalizada en la cultura popular: petróleo negro y asqueroso matando la naturaleza y contaminando el mundo; energías renovables limpias y armónicas con las plantas y animales. Pero ¿es todo tan maniqueo como parece?
A juicio de Matt Ridley, de una Universidad de Oxford, no. Según su criterio, los combustibles fósiles han salvado a los entornos naturales de la industrialización.
Antes de los combustibles fósiles, la energía se obtenía de la tierra, y se necesitaba mucha tierra para obtenerla. Donde yo vivo, los arroyos fluyen libremente, los árboles crecen y se pudren en el bosque, los pastizales alimentan a las vacas, el horizonte no está contaminado de molinos de viento; de no ser por los combustibles fósiles, estas hectáreas serían requeridas desesperadamente para obtener energía que mantuviera las vidas humanas.
Por ejemplo, si un país como EEUU produjera todo el combustible que utiliza para transporte como biocombustibles, necesitaría 30 % más de tierra de cultivo de la que dispone ahora para producir comida.
Ridley también hace una comparativa en base a la demanda actual de energía de los 300 millones de habitantes de EEUU, de aproximadamente 10.000 vatios cada uno (2.400 calorías por segundo). Entonces, ¿qué cantidad de tierra requerirían las energías renovables?
-Paneles solares del tamaño de España.
-O granjas de viento del tamaño de Kazakistán.
-O bosques del tamaño de India y Pakistán.
-O campos de paja para caballos del tamaño de Rusia y Canadá combinados.
-O presas hidroeléctricas con zonas de captación un tercio más grandes que todos los continentes juntos.
En las condiciones actuales, unas cuantas plantas nucleares y de carbón, junto con un puñado de refinerías de petróleo y gasoductos suministran a los 300 millones de estadounidenses prácticamente toda la energía que requieren dejando una huella ecológica ridículamente pequeña, incluso tomando en cuenta la tierra utilizada por la minería a cielo abierto. (…) Las turbinas de viento requieren de cinco a diez veces más cemento y acero por vatio que las plantas nucleares, eso sin mencionar los kilómetros de caminos pavimentados y cables suspendidos. (…) Si, como yo, aprecian la vida salvaje, lo último que querrán hacer es regresar al hábito medieval de utilizar la naturaleza que nos rodea para obtener energía. Una sola granja de viento en Altamont, California, mata 25 águilas reales cada año: si una compañía de petróleo hiciera eso, la llevarían a juicio.
O como dice el experto en energía Jesse Ausubel: “Dejemos de santificar a dioses falsos y menores, y cantemos heréticamente que las energías renovables no son verdes.”
Vía | El optimista racional de Matt Ridley
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