Entre las películas protagonizadas por animales antropomórficos (y que, además, hablan) y una serie de ideas erróneas sobre que la naturaleza es sabia y edénica, la mayoría de nosotros arrastramos una colección de mitos por bagaje que resultan muy difíciles de extirpar.
Ni los avestruces esconden la cabeza cuando tienen miedo, ni a los ratones les gusta el queso, ni los peces son tan desmemoriados como nos hizo creer Dory en Buscando a Nemo...
1. Los lemmings son suicidas
¿Os acordáis de esos videojuegos protagonizados por lemmings, en el que los lemmings se reproducían por millares y sacrificaban su propia vida para que el grupo salvara cualquier obstáculo?
Es cierto que los lemmings poseen una capacidad reproductora espectacular, pero lo de los suicidios masivos es solo cosa del juego, herencia de un mito que se popularizó a raíz de la película documental de Walt Disney White Wilderness, de 1958, que fue un fraude absoluto.
Aunque el origen del mito hay que buscarla más atrás, a principios del siglo XX, donde ya en un influyente libro infantil de consulta en el Reino Unido, la Children´s Encyclopaedia de Arthur Mee (1908), decía:
Avanzan en línea recta, por montañas y valles, a través de jardines, granjas, pueblos, manantiales y estanques; envenenan el agua y provocan fiebre tifoidea (…) continúan hasta el mar, y provocan su destrucción metiéndose en el agua (…) Es triste y terrible, pero si ese éxodo funesto no tuviese lugar, los lemmings habrían dejado Europa pelada hace mucho tiempo.
2. A los ratones les encanta el queso
En los dibujos animados, el queso es como la cocaína para los ratones. Los ratones son capaces de enfrentarse a gatos durante cientos de episodios simplemente para probar una migaja de queso. En la vida real, sin embargo, los ratones prefieren alimentos con cierta concentración de azúcar, como fruta o grano. Además, su buen olfato hace que los intensos aromas que emiten los quesos les resulten un poco repelentes.
3. Los avestruces entierran la cabeza para ignorar el peligro
Los dibujos animados nos han enseñado que, en caso de peligro, un avestruz entierra su cuello en la arena o suelo. Algo completamente falso.
Según la Enciclopedia Británica: “para escapar a la detección, los pollos y los adultos de avestruz, podrían echarse sobre el suelo con el cuello extendido sobre este”. Supuestamente el avestruz espera que, conservando la cabeza a ras del suelo, su enemigo lo confunda con un arbusto bajo. Los avestruces machos también usan sus picos para excavar oquedades poco profundas en la arena y hacer sus nidos, de este modo sus huevos no se escapan rodando. Desde cierta distancia, esto podría hacer parecer que la cabeza del avestruz desaparece en la arena.
4. Los peces son desmemoriados
Todos hemos escuchado aquello de que los peces solo tienen 3 segundos de memoria. Pero no es cierto: tienen una memoria que puede remontarse a varios meses en el pasado, y hasta pueden aprender algunos trucos de un entrenador con paciencia.
5. Los animales son buenos y no poseen ninguno de los defectos humanos
Quizá el término “violación” tiene una excesiva carga emocional que no puede darse en el reino animal. Pero no existe una palabra que describa una copulación forzada entre no humanos, de modo que se usa a pesar de todo. Así pues, decir “violación” en vez de “copulación forzada” no es relevante cuando hablamos de etología. Y lo mismo sucede con el asesinato y otras.
Así pues, podemos afirmar, por ejemplo, que hay patos que violan a otros patos. También existen también pájaros cornudos. Y entre las arañas existe el canibalismo sexual: las hembras esperan que el macho haya terminado de fecundarlas para matarlo y comérselo. Hay elefantes marinos que tienen harenes. Y hay otros animales que torturan, hacen prisioneros y manipulan. Hay también animales que se drogan o animales que son profundamente machistas o feministas. Y animales infanticidas: los leones machos, cuando consiguen convertirse en los machos dominantes de un grupo de leonas, inmediatamente acaban con la vida de todos los cachorros del anterior macho dominante que haya en el clan, para poder dejar él su propia descendencia.
También hay animales que se drogan. El neurólogo Davd J. Linden aporta otros ejemplos sorprendentes de animales que buscan ponerse a tono en su libro La brújula del placer:
En Gabón, en la región ecuatorial de África occidental, se han observado facoceros, elefantes, puescoespines y gorilas comiendo iboga (Tabernanthe iboga), una planta embriagante y alucinógena. Incluso hay pruebas de que los elefantes jóvenes aprenden a comer iboga observando a los adultos de su grupo social. En las tierras altas de Etiopía, las cabras se saltan a los intermediarios del café ronzando bayas de cafeto silvestre para darse un buen “chute” de cafeína.
Pero los dibujos animados (sobre todo de la factoría Disney) infantilizan de tal modo a los animales, les insuflan tal aureola de bondad y honradez, que incluso existen estudios que indican que muchos accidentes con animales peligrosos se podrían haber evitado si la gente no tuviera una imagen tan pacífica de muchos animales.
¿O es que os creeíais que el ratón Mickey no es uno de los animales más peligrosos del planeta por todas las enfermedades que es capaz de transmitir?
6. Un año perruno equivale a siete años humanos
Lo cierto es que cada raza de perro envejece a su propio ritmo. Por ejemplo, los perros pequeños y medianos (menos de 25 kilos) lo hacen más despacio. Éstos tardan 10 años en llegar a la vejez, con lo cual el ratio es de unos 5 de sus años por uno nuestro.
7. Los camaleones cambian de color para adaptarse a su entorno
La verdad es que los camaleones cambian de color por razones que no tienen que ver con mimetizarse con el entorno o escabullirse de las amenazas sino por su salud, la temperatura, la luz y el humor que tengan. El camaleón pantera, por ejemplo, cambia a amarillo si se enfurruña. Hay otros que adquieren colores brillantes para atraer a la hembra. Otros, adquieren un color negro cuando hace frío (para absorber mejor la luz del sol) o blanco si tienen calor (para reflejar esta misma luz).
8. Los toros solo ven el rojo y los perros, en blanco y negro
Siempre se ha creído que el color rojo del capote de los toreros es lo que excita la bravura del toro. Pero no es así. Los toros acaso pueden distinguir un par de colores, y es el movimiento del capote lo que le excita realmente y no su color. La muleta es roja simplemente para disimular mejor la sangre.
La visión en color para ciertos animales se sabe que es cuestión de superviviencia. Como en el caso de las abejas, que distinguen y discriminan así unas flores de otras. O entre ciertos pájaros, para obtener alimento en frutos o flores o para ejercer el reclamo sexual con un plumaje vistoso. Para otros, como los reptiles de costumbres nocturnas, la visión en color es tan útil como la pantalla panorámica para un invidente. Pero vayamos concretamente a los perros. Se ha observado que poseen una visión dicromática, con un punto neutro a 480 nanómetros (un nanómetro es la mil millonésima parte de un metro). Es decir, que pueden distinguir, además del blanco y el negro, dos colores distintos: probablemente el azul y el verde, pero lo hacen en un margen de longitudes de onda muy estrecho.
Los gatos pueden distinguir hasta seis colores y diversas gamas dentro de cada uno.
9. Los camellos (y dromedarios) guardan agua en la joroba
Lo que en realidad almacenan es grasa, gracias a la cual pueden pasar hasta tres semanas sin comer.
¿Entonces dónde almacenan el agua? Pues en el torrente sanguíneo: en caso de necesidad pueden beber unos 100 litros de agua en apenas 10 minutos: su estómago y sus intestinos la absorben de forma muy lenta. Su plasma sanguíneo aumenta su proporción de agua y sus glóbulos rojos se hinchan hasta el 240% de su tamaño normal sin romperse.
10. El Correcamines existe, corre mucho y hace bip-bip
Para dar vida al pájaro de ficción, los creadores de la Warner se fijaron en el correcaminos (Geoco-ccyx californianus), ave del tamaño de un faisán que vive en los desiertos de México y Estados Unidos. También se le conoce como cuco chaparral. Aunque no desarrolla velocidades tan altas como en los dibujos animados, sino unos nada desdeñables 40 kilómetros por hora.
Sin embargo, el correcaminos no es el bueno de la película. A su lado, el coyote parece un santo. Y es que el correcaminos es un implacable cazador desertícola que mata a picotazos a sus presas hasta hacerlas literalmente papilla. En sus territorios de caza, resulta fácil verle andar con parte del ofidio asomando por su pico, ya que no le cabe entero en el estómago.
Vía | Cooking Ideas
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